DONDE ESTA?

ESA EXTRAÑA RIVALIDAD

ESA EXTRAÑA RIVALIDAD

ENTRE LAS LANCHAS Y LOS VELEROS

Por don Henry McNie

Magnífica tarde de verano de 1916, con cielo sin nubes, atmósfera diáfana, viento suave del NE, en fín, uno de esos días que "dan gloria".

La boca del Lujan en aquel año todavía no había comenzado a poblarse de embarcaciones fondeadas frente a la paya balnearia de suerte que la navegación era "fácil", aquí una lancha bajaba el curso a rumbo fijo y allá un velero remontaba bordejeando de costa a costa.

La claridad atmosférica, los perfiles definidos de los montes orilleros y la matemática exactitud de la superficie acresponada del agua daban al cuadro todas las características de una acuarela de tintas suaves sin sombra alguna.

La lancha continúa su ruta aguas afuera y el velero en su bordada con amuras a babor trata de ceñir para vencer la corriente, vasto es el espacio que rodea el campo de acción de ambas embarcaciones, cada una de las cuales tiene agua mas que suficiente para maniobrar, la lancha de casco de fierro con filosa roda avanza mientras el timonel y la tripulación del velero en la bordada de amuras a babor por quedar a sotavento se les oculta por el volumen del barco escorado parte del horizonte de barlovento, la lancha avanza sin cambiar de rumbo, las distancias se acortan, unos instantes mas y el cuadro de tranquilidad tropical cambiará drásticamente.

Así sucedió: La lancha embistió de lleno al velero en el justo medio de la eslora, cortándole la banda desde el trancanil hasta el pantoque

Gritos, órdenes, contraordenes, maniobras aceleradas e indecisas en un principio componen el nuevo cuadro, de aquí, de allá, de los rincones formados por los juncales aparecen botes y canoas que se dirigen a prestar ayuda al herido, pero felizmente la avería se ha producido a barlovento, sobre la banda de por la escora está fuera del agua. el timonel dándose cuenta de esta ventaja, deriva, da camino hace escorar aún más y pocos segundos después el velero está en la orilla sobre el bajo fondo de los juncos, allí al enderezarse deja entrar por el boquete el agua que en pocos momentos más lo echó a pique cubriéndolo hasta la cubierta.

La segunda parte de la escena transcurre en tierra, es otro el cuadro.

Los timoneles discuten derechos de paso, obligaciones y responsabilidades.

El del velero alega que vasta observar la avería para convencerse que su barco estaba adelante, que la lancha debía haber pasado por la popa y además gobernar frente a un velero.

El de la lancha expresa que el camino estaba libre, que en el momento de abandonar el timón para observar una partida de truco que a la sazón jugábase en la popa no había avistado ningún obstáculo en la ruta.

Los derechos de paso no surgen evidentes, la solución no aparece para cortar la discusión.

Alguien que presenciaba y probablemente había visto las tapas del reglamento de regatas confundiéndolo con el de navegación donde están las reglas para evitar colisiones, interviene para aortar su luz procuradora, diciendo muy ufano: La lancha tiene razón, porque el velero venía amurado a babor y no tenía por consiguiente derecho de paso!!

Dos horas transcurren en citas de disposiciones, trayéndose a colación casos análogos ya resueltos sin poder establecer quién es el responsable, ambas partes alegaban estar en razón cuando de pronto el timonel de la lancha dice: A pesar de que el culpable no soy yo estoy dispuesto a abonar las averías ¿Cuanto importan ellas? Presupuéstelas el club a quien pertenece al velero.

A doscientos pesos ascendió el monto de las reparaciones, todos quedaron satisfechos pero el club quedó con un velero remendado.

El velero no es otro que el Aurora, el primero de los clase Río de la Plata, el nombre de la lancha nadie lo recuerda......

H.


EL NAUFRAGIO DE LOS BAILEY

EL RINCON DE HUGO W.
del inagotable archivo de Hugo W. Barzola




NOTICIERO ARGENTINO

En Montevideo

Marilyn y Maurice Bailey


¿Quién no conoce al matrimonio Bailey: Marilyn y Maurice?


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Ella empleada estatal y él tipógrafo, decididos a alcanzar Nueva Zelandia, vendieron su casa, reunieron sus ahorros, compraron un barco y zarparon rumbo al Pacifico Austral.

El inesperado codazo de una ballena hizo fracasar el proyecto de la pareja, hundiéndole el barco y dejándola a la deriva en un bote salvavidas por 117 días. Las dramáticas alternativas de los dos náufragos han sido relatadas por Marilyn y difundidas por la prensa mundial. Yachting Argentino resumió, para sus lectores, la prosa de la valerosa mujer.

Marilyn se encuentra ahora, con Maurice y un matrimonio amigo, en Montevideo, decidida a explorar la costa patagónica y los canales fueguinos, con un Ketch de 13 metros de eslora y doble forro (¿para resistir las caricias de otros cetáceos?). Luego piensan seguir, vía Pacifico, a las Galápagos y, desde allí, volver por Panamá a Inglaterra. Nuestra revista augura a Marilyn y Maurice Bailey y a sus amigos ¡Felices singlaturasl

Yacht Argentino


ALBATROS 950

EL RINCON DE HUGO W.
del inagotable archivo de Hugo W. Barzola







ALBATROS 950

LA PINO DAPARENTI 2010

UNA REGATA DE UN SOLO TIEMPO

Por Alita Wexler



Viernes 17 de setiembre, 18,15 hs.

Apoltronada ya en mi cama, descansando del último día agitado de una agitada semana, tratando de ponerme al día con las novedades en mi correo electrónico, foros náuticos, noticias legales y demás cuestiones de “sumo interés” que no requieren de gran despliegue neuronal ni de otro movimiento que el de los dedos, suena mi celular.

Era Alejandro Jeanne, mi querido y joven amigo y compañero de varias regatas ya.

Ale: Qué hacés mañana?

Ali: Nada

Ale: Querés correr la Pino en el Gaviota?

Ali: Siiiiii ¡!!!!!!!!!

Ale: Hay dos opciones, o te venís ahora para el CNQ a llevar el barco a Nuñez con nosotros y ya nos quedamos todos en el barco, o te venís mañana tempranito a Nuñez.


A las 21 hs. estaba abordo del Gaviota, H20 que integra la competitiva flota del Náutico Quilmes capitaneado por el entusiasta Raúl Vainberg que en el corto tiempo que lleva navegando ha pasado muchas millas bajo la quilla de su barquito.

Entre los tres llevamos el barquito al Cuba, en una navegación de noche clara y serena, con una brisa sureña que nos pidió que icemos el spi para cumplir mejor su labor. Los muchachos me cedieron el placer de timonear, posiblemente a cambio del mayor placer de hacer nada navegando en la noche lunar.

En menos de tres horas estábamos amarrados en el siempre amigable CUBA, junto a otros barquitos que iban a correr también, y muy cerca del que iba a ser nuestro rival y nuestra pesadilla.


El sábado 18, alrededor de las 9hs., mal dormidos y mal desayunados, nos pusimos en marcha hacia la línea de largada.

La primera largada sería para las series S, a las 10hs., y la última era para la nuestra, la F, junto con la E, a las 10,25hs.

Con puntualidad absoluta, a las 10,25 largamos en buena posición, con un ESE que no permitía el globo, haciendo fallar todos los pronósticos que habían prometido un NE que auguraba una regata a todo color.

Con escotas abiertas, que cada vez abríamos más, fuimos desgranando millas en el pequeño gran barco, bajo el firme timón de Ale y el fino trimado de Raúl. La que escribe iba tratando de conseguir la escora ideal, trasladando su peso un poco más aquí, un poco más allá (haciendo banda le dicen, yo creo que es un arte, no me voy a achicar), ya que fue una regata de un solo borde salvo la pierna final. Me tocaba también llevar estricto control del rumbo, GPS mediante, y de cada alteración del viento y la velocidad. Y cada tanto hacía alguna tarea en la proa que estuvo tranquila hasta el final ... o casi.

Esta va a ser una regata de lanas, había predicho Ale. Y tuvo razón. Raúl no sacó los ojos de las lanitas de proa ni las manos de las escotas de genoa desde el top de largada hasta el top de llegada ... o casi.

Promediando la regata, el viento se había franqueado a un través con rachas negadas y calmas prestadas, y entró el virus del spi en nuestra sangre. Dará el ángulo para ponerlo? Si lo ponemos y entra, la jornada será nuestra. Si lo ponemos y no entra ...

Es que unos cables a barlovento venía el Compinche a todo galope, y así lo digo porque parecíamos montados en dos pura sangre que echaban espuma por la boca controlándose de reojo y peleando la cancha centímetro a centímetro.

Cualquier error sería fatal. Cualquier acierto sería triunfal.

Y el spi del Gaviota que era nuevo y se había probado sólo con vientos de popa o aleta, así que no conocíamos su rendimiento total.

Hasta que nos animamos y lo izamos en una maniobra impecable, como si la hubiéramos practicado toda la vida.

El globo entró, a pesar del ángulo cerrado, exhibiendo su ductilidad, y la corredera pegó un salto que demostró el acierto de la decisión.

Ave más que nave, volaba el Gaviota encima de las aguas haciendo honor a su nombre, nunca tan bien puesto.

Pero el Compinche subió su globo también.

No lográbamos sacarle un palmo de ventaja y así llegamos a la boya, única marca que había que montar antes de cruzar la línea final, intuyendo que en esa trabuchada nos jugábamos la general.

Montamos la boya y trasluchamos los dos hacheveintes al unísono en lo que fue como un pas de ballet.

La pierna final fue un cabeza a cabeza que Gardel habría querido cantar.

Aprovechando cada ola con el spi, apenas antes de arribar, el Compinche nos mostró la popa y, aunque luchamos hasta el final, un par de esloras marcaron con su dedo inexorable la frente del campeón.

Segundos en la serie, segundos en la clase y terceros en la general fue el resultado para el ligero Gaviota y su tripulación.

El Compinche se llevó las palmas, con un primer puesto en la serie, en la clase y en la general.

Entre ambos, el Cuartito Azul, un Rhea ajeno a nuestra disputa pero que salió segundo en la general.

Felicitaciones a ambos!

Y para el Gaviota también!


Y ahora me tocaría relatar la tarde de camaradería entre patis y choripanes, cervezas y risas, en un club donde los barquitos arribados amarran en apretado abrazo empujándose unos a otros como amigos jugueteando para hacerse un lugar, ocupando hasta el último centímetro cuadrado del espejo de agua del club anfitrión.

Pero no.

A pesar de los más de cien barcos inscriptos, no hubo esta vez colas de ruidosos regatistas esperando su chegusán con su ticket en una mano y la de algún amigo en la otra.

No hubo esta vez un coro de nautas bebiendo y contando cada borneo y cada virada hormigueando a todo lo largo y lo ancho del predio del club.

Los barquitos amarrados entraban holgados en sus improvisadas amarras y sobraba todavía mucho lugar.

Busqué a muchos barcos amigos que habían corrido pero no los encontré. Se habrán vuelto sin entrar?

Comí mi rico chori y una deliciosa bondiolita con mucha cerveza, sentada frente a las parrillas en una de las dos o tres mesas ocupadas mientras buscaba sin éxito a los demás tripulantes de las muchas naves que vimos arribar.


Y ahora me tocaría relatar la fulgurante entrega de premios a que nos tiene acostumbrados el CNQ, y la estupenda fiesta en la que bailamos todos codo con codo gastando las baldosas de la confitería hasta el amanecer.

Pero no.

La entrega de premios de esta regata de cien barcos fue sencilla y corta. El salón de la confitería que siempre está abarrotado de nautas que esperan recibir su premio o aplaudir el de los demás, esta vez lucía una discreta concurrencia que no alcanzaba a llenar ni las mesas habituales del lugar.

No puedo decir si hubo fiesta después, porque no me quedé.

Tampoco se quedaron la mayoría de los que estaban allí.

La nota emotiva me la dio el amigo Jorge Cousillas, del Ojo Náutico, que me sorprendió con un calendario que luce una hermosa foto de mi querido ex barquito, el Alcyon, con Héctor y yo abordo y el gennaker patrio desplegado en impecable trimado. Gracias Jorge, casi me pongo a llorar!


No vi promoción de la regata semanas antes del evento como siempre se hacía.

No vi los anuncios, no recibí ninguna invitación.

Nadie me llamó por teléfono del CNQ para recordarme que me tenía que inscribir.

Nadie me pidió que ayudara a promover la regata en mi blog y en los foros de discusión.

No pudimos este año intercambiar desafíos y promesas de sacarnos chispas para ir palpitando la regata en una previa excitante.

A pesar de eso, la regata sigue convocando nautas con su estropada nomás. Un patrimonio que no se debería desperdiciar.


La Pino, como se la conoce simplemente, es una regata ya tradicional en el río.

No es una regata con dificultad. El espíritu de competencia no se deja en casa, desde ya. Pero más que para competir, esta regata es para juntarse con los amigos. Para recordar a don Pino y con él, a todos los navegantes que se llevó el río o el mar. Una tarde para disfrutar en familia. Una noche para beber y bailar. Para reir con amigos. Para trasnochar. Una jornada náutica de competencia y camaradería. Un encuentro del norte con el sur.

Una regata que nos espera con una cerveza para cada tripulante apenas pasamos la línea de llegada y con música a todo volumen en un club engalanado y feliz de recibirnos allí.

Una manera de recordarnos a los que estamos más al norte de Dársena que hay un hermoso club solidario, acogedor, náutico, más al sur, donde siempre hay una amarra de cortesía disponible para recalar. Es una fiesta del río. Un encuentro de navegantes.


Hace ya unos años que los competidores vienen comentando una gradual decadencia de la regata, un gradiente descendiente en los preparativos y en los festejos. Casi como una falta de interés que genera una falta de ganas de participar.

Este año, directamente fue una regata de un solo tiempo.

No tuvo ni previa ni tercer tiempo.

Este año, la tradicional fiesta náutica de la Pino Daparenti fue una competencia nomás.


KRYPTON


EL RINCON DE HUGO W.
del inagotable archivo de Hugo W. Barzola






KRYPTON










EL ARCON DE DON GRONCHETO
del baúl de los recuerdos de Henry McNie




KRYPTON


RECUERDOS CON NOMBRE

Aporte de Hugo W. Barzola


El Vapor

Ibamos en el "Lucy" por el canal de unión Luján – San Antonio con el vasco lzureta (yo también soy vasco) cuando pasa un barco arenero antiguo, de una chimenea salía un poco de humo, en tanto que por la válvula de seguridad salía en cantidad vapor. Mi amigo me dice: “Mirá cómo echa humo ese barco". Yo le contesto: “no es humo, es vapor". Qué va, que es humo; qué va, que es vapor ... La respuesta puso punto final a la discusión. Pues será vapor, pero también humo.


Evaristo

Cuando empezamos la construcción del "Evaristo" en la azotea de Berutti 3474 había mucho que preparar y prepararnos.

Teníamos una sierra con motor de heladera, así que no se le podía dar mucho.

Tenía sus 30 pies de eslora, 7 de manga y un puntal chiquito.

Habíamos hecho una caja de vapor con un tanque de 30 litros y un dispositivo largo para poder doblar las varetas. Andaba bien, pero había que cuidar el piso que era de amianto, así que le pusimos como fuente de calor tres primus grandes, sobre una chapa de hierro sobre unos ladrillos. Anduvo bien y salió.

El asunto era bajarlo. Se nos ocurrió llamar a una empresa que bajaba grandes pesos como cajas de hierro, etc., llamada "La Seguridad". Vinieron a ver el trabajo y los tres al unísono dijeron que sí, que son $1.000. Mi única exigencia era que fueran a las seis de la mañana, para que no hubiera público, y me dijeron "sí, pero hay que cortar el árbol". Así lo hicimos, una noche de poco tránsito cortamos el árbol al ras del suelo y lo llevamos para arriba.

Ya todo preparado, a las seis de la mañana comenzó el descenso a un camión que había mandado el Dr. Pedro Alberto Escudero, amigo mío que tenia una flota de camiones.

En ese momento llega mi hija Suzy de un baile con unos amigos que no podían creer lo que veían.

De allí a Martínez, a la quinta de una tía mía Julieta Vivan de Beguerie donde se le dieron los toques finales. Luego se lo llevó en una anguilera con ruedas a lo de Gutierrez en San Isidro y allí al agua, previo bautismo.

Navegué mucho en el "Evaristo". Fuimos a Punta del Este, entramos en río Sanborombón y en el río Salado con pleamar. Me lo llevaron a Europa (Napoli puoi muori). Allí recorrió las islas griegas. Fondeamos en Creta, fuimos a Marsella, etc.. ¡Ma pero, tutto fato a mano!

Cambió de dueños. Sigue navegando. ¡Cómo me gustaría poner los pies sobre su cubierta!


El Bote

De esto me acuerdo bien, fue en el "Joanne" en el YCA San Fernando. Lalo Casado era y es muy bueno y, aunque él no podía salir, nos prestaba el barco -lo cual no es poco.

Un sábado estábamos varios a bordo, entre ellos mi amigo el "Almi" Renato V. Ares, y mientras ellos hacían los últimos aprestos, yo estaba abajo llenando el Rol para presentar en la Prefectura de San Fernando. Siento que decían: "No lo icen así que la boza no va a aguantar, está en mal estado".

Pero el gallego: “Icen nomás que está fuerte".

Parece ser que lo ataron a la driza de mayor y arriba con la manija. En eso se oye un estrépito horroroso y un alarido aún más fuerte.

Al momento entra el gallego, cuyo nombre se me fue, por la escalera de la cabina y agarrándose con las manos el marote dice: "Y menos mal que me dio en la cabeza, que si no me mata".


Parte del “Evaristo”

Nosotros estábamos construyendo con gran empeño y poca sabiduría el futuro "Evaristo" en la azotea de mi casa. Y ya estábamos en los finales del caso. Una tarde llega un amigo de algún hijo mío, y la única pregunta fue: "¿Cómo hicieron para subirlo?"


Basilio Perivolarls

Este griego estaba de contramaestre en el YCA Mar del Plata.

Sabía mucho y cuidaba los barcos como joyas. Los más grandes eran tres y creo que se llamaban "Nemo", "Maca" y "Polaris".

Una vez estaba un aviso ARA fondeado en situación comprometida o porque garreó o por un salto del viento.

Para salir a otro lugar mejor o para irse da marcha atrás y le pega a uno de los “Solent”. Da avanti y agarra a otro, trata de zafar y embiste al tercero.

Desde tierra el contramaestre le gritaba incendios al comandante. de alto contenido emocional para él y su familia.

Ya en el paroxismo de su furia le dice: “Comandantell Comandante!! Zapatero!!! Claro está que el Comando Naval de Mar del Plata -o como se lame- le mandó una nota a Federico Leloir, Comodoro del YCA, llamando la atención por la conducta irrespetuosa a un comandante.


XICU

Cuento de G. que quiere permanecer anónimo



-1-
El hombre se detuvo bajo la lluvia al borde de la vereda. Noche de perros, nadie en la calle, o por lo menos, nadie que él viera; y en realidad no notaba a nadie ni a nada, toda su atención centrada en el agua que corría tumultuosamente por el borde de la acera.
Allí, un pequeño botecito con una gran vela cangreja se desplazaba velozmente. Era poco más que un trozo de caña hueca cortada horizontalmente al medio, con un trozo de madera por palo y algo semejante a un escarbadientes como pico de la vela.
Saltaba sobre las aguas que corrían frenéticas en la cuesta abajo que hace la avenida Santa Fe, llegando a su cruce con Paraná.
El barquichuelo volcaba por la fuerza del viento y el agua, pero con un estremecimiento volvía a adrizarse y continuar su carrera. Cada tanto un obstáculo cerraba su camino: una piedra del fondo desparejo que formaba un enloquecido rápido en el agua, una basura que impedía el paso. Una voltereta, un brinco, una tumbada y, de inmediato, nuevamente la vela llena y en carrera, todo a una velocidad increíble.
“¿Qué pasará cuando llegue a Paraná y se termine la barranca?”. La sombra al borde de la vereda caminaba a grandes zancadas para mantenerse a la par del objeto que centraba toda su atención. No es que le preocupara, en realidad no sabía qué estaba haciendo allí ni se había puesto a pensarlo.
“¿Se detendrá? ¿Se hundirá? ¿Desaparecerá?” Las preguntas surgían como si otro las estuviera haciendo, pero allí no había absolutamente nadie ni nada más.
Siempre veloz, con cabriolas inconcebibles, el juguete que posiblemente algún niño descuidado había dejado en un jardín, llegó a la esquina fatal…
Boquiabierto, vió como aparecía otra pequeña navecilla y se ponía a la par de la anterior, que trataba afanosamente de encontrar de nuevo su camino en aguas repentinamente más calmas.
La recién arribada era tanto o más pequeña que la anterior, pero aún más ágil. Quizás sus formas más bellas, y que no tuviera vela alguna, le permitían navegar mejor las aguas revueltas de la lluvia.
“¿Y ahora qué hace?” Si bien era algo totalmente asombroso, para el observador no fue nada excepcional que ambos barquitos doblaran la esquina, y empezaran a navegar contra las aguas que, desde la Panamericana, se dirigían velozmente hacia el río, todo el camino cuesta abajo.
Pero ahora no era uno solo sino dos, y la última navecilla era algo realmente increíble, algo fuera de este mundo. Avanzaba velozmente, adelantándose a su compañero que aún portaba su vela y cuando algún objeto o peligro se presentaba en las torrentosas aguas, rápidamente se ponía delante para indicarle al otro por dónde debía pasar con seguridad…
De pronto, una mano anónima que pareció surgir de la oscuridad, aferró la navecilla guía y la arrojó a un costado de la vereda, donde quedó tirada, inutilizada. Su compañero, perdida toda guía, daba vueltas pegando su proa contra el cordón de la vereda, una y otra vez, hasta que con un asombroso salto, consiguió rebasar el cordón de la vereda y caer cerca de su compañera. Allí yacen los dos, terminada la magia que los había hecho tan atrayentes, tan especiales. No podía ser posible, pero la congoja y desesperación impotente era algo perfectamente perceptibles, casi algo sólido que golpeó al observador en las sombras.
Las luces de la calle Paraná se hacían más intensas, casi encegueciendo al hombre que contemplaba, cuando con un batir de blancas alas la navecilla toma a su protegido y lo lleva por el aire …



-2-
El sol había hecho su aparición por el este, ahuyentando la oscuridad de la noche.
Victor Kursin, aún medio dormido, se removió tratando de alejar la luz de su rostro.
Pero no había caso, era pelear una batalla perdida de antemano. Aunque pudiera arrebujarse en las mantas, ocultando su rostro para recuperar algo de la oscuridad cómplice que la luz había hecho huir, sabía perfectamente que no iba a poder pegar más un ojo.
El extraño sueño que había tenido, y del que recordaba vívidamente cada detalle, no era para él tan estrafalario.
Permaneció recostado boca arriba, mientras los recuerdos acudían a su mente como imágenes que se iban sucediendo una tras otra, sin interrupción y sin pausa.

Había tenido una niñez feliz, al norte del Gran Buenos Aires. Su madre trabajando en lo que pudiese para mantenerlo, su padre… No, nunca había conocido a su padre que los había abandonado al poco de su nacimiento. Pero bueno, había tenido muchos amigos con los que había pasado grandes momentos. Si bien nunca había sido un alumno brillante, había terminado la escuela primaria sin grandes esfuerzos. Luego vino la mudanza, que lo alejó de todo lo conocido y hubo de comenzar de nuevo. Nuevas amistades, colegio secundario nuevo, su mundo se había vuelto algo más complicado y en él no había cabida para los niños del barrio de la infancia. Nunca hizo verdaderos amigos en los años de la secundaria, tampoco sobresalió como estudiante. Solo era correcto, educado y cortés con todos. Al cabo de cinco años tenía bajo el brazo el diploma de “Bachiller”, en la mejilla un beso de su orgullosa madre y por delante un incierto porvenir.

Puesto que había que elegir profesión, se decidió por la contabilidad, sólo porque tenía facilidad y memoria para los números, y porque la facultad de Ciencias Económicas quedaba cerca de su domicilio, con lo que podría ahorrarse el dinero del viaje. Antes de terminar el primer año, su madre había enfermado, “ectomoplastosis”, o algo tan impronunciable como esto, dijeron los médicos; que también dijeron que había sido detectado a tiempo para su tratamiento. Sin embargo, ella había fallecido antes de transcurridos dos meses.

Después de esto, la vida de Victor había sido un continuo ir y venir, todo había pasado a ser nada más que una lucha por sobrevivir. Pasó de un trabajo a otro: lavacopas, mozo, pintor de brocha gorda, taxista, etc. Los estudios continuaron, pero sólo consiguió recibirse tras doce años de peregrinaje por todas las materias y sus correspondientes mesas examinadoras. Sus recuerdos de esos años eran tan sólo algo vago, sin precisión de fechas, sin momentos felices ni demasiado aciagos, sólo “habían pasado”. A los 28 años, y debido a sus estudios ya avanzados de Economía, había conseguido trabajo en una consultora especializada en asesorar a grandes corporaciones sobre cómo evadir mejor sus obligaciones impositivas. Ya con su diploma universitario, sumado a su natural habilidad con las matemáticas, fue ascendido a gerente de cuentas y pudo disfrutar, por primera vez en su vida, de algunas de las ventajas de tener dinero en el bolsillo.

Fue entonces cuando un amigo le presentó a Ximena, “A ver si entre huérfanos se entienden”, y sin saberlo, cambió su existencia para siempre. La vida había vuelto a Victor una persona parca, de pocas palabras, de risa difícil, alguien que, por los golpes recibidos, era usualmente catalogado como curtido en el arte de sobrevivir, un hombre que había superado todos los obstáculos con gran esfuerzo pero perdido la alegría en el camino. Y Ximena era como una liebre que corretea libremente por los campos, plena de vida, la sonrisa siempre rampante en su rostro agraciado de grandes ojos verdes enmarcado por rebeldes rulos rubios.

Xicu, como Victor la llamaba, le marcaba el camino a seguir, calmaba su cansancio con un beso en la frente y unas palabras susurradas en el oído.

Se casaron al cabo de dos meses, sólo por civil, con unos pocos amigos como invitados pues ninguno de los novios tenía familia. Desde entonces, Victor disfrutó, por vez primera en muchos años, de tener un hogar. Fue por insistencia de Xicu que renunció a la consultora: “Allí solo te consumirás viendo cómo se te pasa la vida… Haz con ella lo que desees, disfrútala que es una sola…”.
Comenzó entonces a hacer lo que más le gustaba: Enseñar matemáticas. Consiguió unas cátedras en un colegio secundario cercano a su domicilio y era feliz explicando a sus alumnos, en términos que pudieran entender, el maravilloso milagro de los números. Les contaba cómo todo lo que nos rodea puede ser representado con distintas fórmulas y ecuaciones. Una vez, sin que sus alumnos siquiera se diesen cuenta, les había explicado con ejemplos sencillos la Teoría de la Relatividad de Einstein… Y les había gustado… Claro que hasta que les dijo de qué se trataba, y que el próximo examen sería sobre este tema...

Pasaron casi dos años. La vida de Victor transcurría tranquila, sin grandes sobresaltos, aunque con algún que otro problema de dinero, que nunca alcanzaba. En esos momentos, su mujer (él siempre decía que nunca sería su “esposa”, que ella era mucho más que eso, que era su “MUJER”), hacía unas artesanías que vendía entre sus amistades y el problema se resolvía. Nada faltaba en la vida del hombre, hasta había comenzado a compartir con su compañera lo que a ella le apasionaba: Navegar a Vela.

Al volver una tarde de sus clases, encontró ante la puerta de su casa a un agente uniformado:
- “¿El señor Victor Kursin?”
- “Sí, oficial, ¿En qué puedo servirle?”
- “Por favor, acompáñeme al hospital Pirovano. Su esposa ha tenido un accidente y lo necesita.”

La tierra pareció abrirse bajo los pies de Victor. De pronto el soleado día de primavera se había vuelto sombrío y todo a su alrededor pareció desaparecer tras un velo.

Mientras se dirigían hacia el hospital, el agente le informó que esa tarde, cuando ella salía del banco y cruzaba la avenida Cabildo en un semáforo, un conductor en estado de ebriedad había estrellado su vehículo contra una camioneta parada por la luz roja, y esta última había atropellado a la señora.

Xicu estaba internada en grave estado, aún consciente, pero dopada por los sedantes. Victor se aproximó a su lado como un autómata, totalmente frío por dentro, como si él no estuviera allí sino en un sitio muy lejano. Le aferró la mano y se la llevó a los labios. Ella se esforzaba por decirle algo, así que aproximó el oído a la boca de ella que sólo dijo:
- “Ahora podrás hacer realidad cualquier sueño…. Siempre te amaré y estaré contigo…”
La mano que aferraba Victor se hizo flácida. Volvió sus ojos al rostro de su mujer y llegó a divisar un esbozo de sonrisa ¿sonrisa cómplice? Imposible, pero así le pareció.

Los días siguientes pasaron como un torbellino de eventos que no parecían tener nada que ver con él: el velatorio, el entierro, la firma de miles de papeles que no sabía ni qué eran, los amigos saludando, las condolencias de las autoridades, profesores y alumnos de la facultad.
Pasaron dos semanas hasta que tomó real conciencia de que Xicu no estaba más allí, que nunca más lo estaría… Fue cuando sonó el portero eléctrico y una persona que dijo llamarse “Dr. Buren, del estudio Archey” solicitó pasar a verlo.

Fue este “Buren” quien le dijo que debía pasar por el estudio a firmar unos papeles para poder empezar a cobrar el fideicomiso.
- ¿De qué fideicomiso me está hablando?
- ¿Es que no lo sabe? Disculpe, pensé que la señora Scolla le habría dicho. La última vez que pasó por las oficinas, nos dijo que entre ustedes no había secretos…

La “señora Scolla”, terminó contando el Dr. Buren, era depositaria de un fideicomiso, que su estudio administraba.
- ¿Pero de qué me está hablando? - Exclama Victor en el colmo del asombro ante la cifra, absurda, que menciona el otro - ¿Es que pretende burlarse de mí?.
- Le pido perdón, nuevamente, pero no. El dinero le había sido heredado por su padre, del cual hacía años que la señora estaba distanciada.
Y no - No sabía por qué era que estaban distanciados, sólo que hasta hacía algo más de un año y medio atrás, la señora nunca había querido recibir ni un solo centavo de su herencia. Los beneficios que anualmente el estudio obtenía de las inversiones que hacía con este dinero, ya descontada su comisión, y siguiendo instrucciones de la señora se empleaban para mantener un importante número de comedores y salas de atención médica para niños carenciados. Desde hacía un tiempo, de tanto en tanto, traía al estudio unas hermosas artesanías que ella misma elaboraba y que regalaba a cuantos quisieran una, y retiraba algunos pocos pesos de sus fondos.

Como fuese, una vez firmados los papeles de la transferencia de titularidad, Victor signó la autorización para que los fondos se siguieran manejando de igual manera que hasta el momento.

Antes de despedirse, le entregaron un sobre que contenía una carta para él. En ella, Ximena le pedía disculpas por haberle ocultado lo del fideicomiso. Todavía sin poder salir del asombro, releyó por tercera vez:
“… Mi padre hizo una fortuna con el comercio de armas y el contrabando de animales. Yo tenía 22 años cuando partió de Buenos Aires sin despedirse, dejándome sólo lo necesario para mantenerme y continuar mis estudios. Al año siguiente me enteré del origen de su dinero, y supe que cada vez que lo tocaba me ensuciaba las manos. Nunca más quise tener nada que ver con él, dejé los estudios y empecé a trabajar. Cuando mi padre falleció y no pude ya desentenderme de su herencia, invertí cada centavo que recibía en tratar de hacer tanto bien como él había hecho mal.”



-3-
Bueno, basta de recuerdos… Hora de levantarse, desayunar y ver cómo andaba todo.
Apartó las cobijas y se levantó de la cucheta. Calentó agua para unos mates amargos que acompañó con unas galletas, y salió a cubierta por la escotilla para echar un vistazo al horizonte.

El “XICU”, un sólido velero de dos mástiles que había adquirido con el producto de la venta de sus bienes, en especial la casa en que viviera los últimos años y donde los recuerdos de su mujer lo agobiaban, se desplazaba suavemente por un mar de grandes ondas de color azul profundo, las blancas velas henchidas de viento semejaban grandes alas de un ave en vuelo.

Hacía más de un año que había zarpado, solo, sin despedidas, no dejando nada a su popa, buscando dejar detrás el dolor. Había navegado por el Atlántico, el Caribe y ahora nuevamente el Atlántico, siempre en busca de lo que se ocultaba más allá del horizonte. Conoció las calmas de la zona ecuatorial y las borrascas del Caribe. Los últimos días habían sido realmente duros, con olas inmensas que llegaban como trenes y el viento aullando en la jarcia. Pero ahora el sol brillaba sobre el horizonte, las nubes se habían disipado y el mar, si bien aún con grandes ondas, lamía suavemente las bandas del barco llevado a buen ritmo por un timón automático.

Se preguntaba hacia dónde lo llevarían el viento y las mareas… Por el compás, sabía que se dirigía al este – Hacia algún punto entre España y el noroeste de Africa, supongo – No importaba, no tenía planes para ningún destino en particular. Además, sabía que XICU lo llevaría al destino que quisiese, sin importar cuál fuera éste.

Mirando hacia popa la estela dejada por la nave, volvía a su memoria la última frase de su mujer:
- “Ahora podrás hacer realidad cualquier sueño”
Y, mientras ajustaba las velas, el viento soplando entre la jarcia agregaba:
- “Siempre te amaré y estaré contigo”
Mentalmente, tomó nota que se había equivocado al escribir en su diario que navegaba solo…

PUMA 27

EL RINCON DE HUGO W.
del inagotable archivo de Hugo W. Barzola







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