DONDE ESTA?

BARCO HOLANDES



PLANOS Y RAREZAS

Aporte de don Raya





BARCO HOLANDES

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No tengo datos a mano de esos barcos. Sabía de su existencia por haberlos visto en el documental (en televisión) de una regata en un río de Holanda, exclusiva de estos barcos. Parece ser que son típicos de allí, como lo son aquí nuestras chatas isleras; y que cumplen una función parecida, de transporte de una producción local. En el documental lo mostraban por dentro. Tienen heladeras como las de nuestras casas, cocinas también como las comunes de las casas, con cuatro hornallas y horno, mesas de cuatro patas y sillas alrededor... Todos los propietarios de esos barcos, que son idénticos, tanto en casco como en aparejo, forman una especie de gremio, muy solidario entre sí, y de mucha camaradería. Realizan, según una tradición, una regata al año, en ese río, y parece que se juegan el prestigio de navegantes mucho más que nosotros en nuestras regatas: los viejos marinos no pueden llegar atrás, sería deshonroso. Los jóvenes no tienen posibilidades... le falta la experiencia... En el documental, justamente, se daba la paradoja de que, por primera vez, la regata la terminó ganando un patrón bastante joven. Por supuesto, la tripulación de cada barco es la misma de la del trabajo de todos los días, que generalmente incluye la familia. Y tanto los preparativos preliminares como la fiesta posterior, son de un folklore lindísimo.

El otro dato interesante es que son barcos que ciñen bien.

Raya


MITOS Y RITOS

Recalando con Ricardo Cufré.


Ricardo Cufré es un Navegante. Y un Romántico. Conoce el idioma del alma del barco. Ha navegado sus sueños en tantas naves que ha llegado a atesorar los ecos más arcanos que anidan en las entrañas del mar. Sabe cómo conjurar los maleficios que acechan al navegante. Sabe cómo convocar las aguas y los vientos. Sabe cómo ahuyentar los miedos. Riki conoce el espíritu del mar. Y no le teme. Con su habitual humor y desparpajo nos cuenta todos sus secretos.



La Recalada: Cuál es el lazo que vincula el mar con la superstición?

Riki Cufré: Ah… no. Así, a boca de culebrina no vale. Para poder dar mi opinión -que no pretende ser abarcativa ni final- por lo menos debemos convenir en qué entendemos por “superstición”. Por lo menos así el lector de LR (en sentido lato, no genérico) sabe a qué me refiero con mis opiniones. Entonces, busco y hallo una definición que me satisface, al menos para seguir charlando sobre el tema, si es que hubiera un 3er. lector. (Confío en que vos y yo lo leeremos cuando se publique).

Sin hilar demasiado fino, por superstición entiendo que es la creencia en que un determinado fenómeno o situación tiene una explicación creada y aceptada socioculturalmente, y cuya existencia no se sustenta en ningún tipo de demostración fáctica.

Seguramente muchos de los filósofos y epistemólogos voraces lectores de LR podrán agregarle muchas cosas a esta definición, para hacerla más rigurosa, pero para seguir la entrevista creo que alcanza.

Así las cosas, entonces, creo que la resp…


LR: (Interrumpiendo) Cuál es el origen de los mitos marinos? Se pueden atribuir al miedo? A la ignorancia?

RC: (molesto) … y si ya sabés gran parte de la respuesta para qué preguntás? Acaso querés mostrar las plumas, robar cámara o inventar el periodismo retórico? ¡Claro que se puede atribuir la superstición al miedo o a la ignorancia! ¿Y a algo más? Eh? A ver… Maestra Ciruela… seguí vos…


LR: Bueno Ricardo… está bien. Perdoname. Dale.

RC: gggsssmmm… SSS!!… Pero hay algo más, algo anterior al miedo y la ignorancia. Nacemos sin miedo (éste es aprendido de nuestros mayores y es un excelente mecanismo adaptativo) y sin conocimientos (al nacer somos ignorantes, algunos manteniendo esta cualidad toda la vida, por obstinada opción). Nacemos sin muchas cosas, pero con algo fundamental: la capacidad cognitiva superior de preguntarnos y de respondernos.

Y ahí empieza el baile, pues es mucho más sencillo preguntar que responder; como también es mucho más sencillo creer que investigar. Y a la hora de responder… bueno… se hace lo que se puede, uno se responde con lo que tiene –o lo que le dieron- y si no se tiene mucho aparecerán como respuestas los dioses, las sirenas, los célebres monstruos del mar comunes a todas las mitologías marinas, esos que se tragan barcos, los agentes de aduanas, impuestos y bromatología.

No todo son dioses que explican los vientos y las corrientes, ni bio-delirios como las serpientes o los pulpos gigantes con ventosas del tamaño de una sombrilla de golf. No.

La frondosa imaginación de las tripulaciones -en irracional sinergia con la de gentes de tierra- es un verdadero astillero de naves fantasmagóricas que aparecen siempre en un marco sombrío, cuando no tormentoso. Un par de ejemplos extremos podrían ser el alegre y bullanguero Caleuche chilote, siempre de fiesta y luces a bordo, que navega cuando hay neblina, y el archisombrío Holandés Errante (o Volador, para los puristas), el barco fantasma más fantasma de todos, que sólo se deja ver en las peores tempestades y del que se dice que es la última visión que tienen vivos los tripulantes de los desangelados barcos que lo divisan.

De hecho, la leyenda es muy clara al respecto. El capìtán holandés Vanderdecken estaba virando Cabo de Buena Esperanza cuando se desató un pesto de aquellos. Volaban las vacas y se clavaban en los masteleros con los cuernos. Quedaban cimbrando, como los cuchillos del lanzador del circo en la mesa redonda que gira con la rubia atada en cruz a ella (rubia tenía que ser para meterse ahí….). La tripulación y los pasajeros le rogaban regresar, de no enfrentar a la naturaleza, pero el soberbio capitán insultó a dios, se ató al timón y se la paso echando conjuros al supremo, asegurando que no había tormenta capaz de detenerlo a él y a su barco.

Eso de escupir p’arriba no se da muy bien en los mares y, como era lógico, se abre un aro entre las oscuras y convulsas nubes, y una luz cegadora, un disparo de nieve, llega al timón de Vanderdecken, iluminándolo como a la primera vedette del Maipo.

Por el haz de luz bajó un bello ser andrógino ataviado con una hermosa toga muy brillante (hay quien opina que vestía de Ricciardi y otros de Edenor) que por supuesto se la asocia a dios, o a alguno con manija ahí arriba.

Las vacas seguían clavadas, cimbrando en los lugares designados por el regisseur, la arboladura crujía como una rama seca pisada por Bergara Leumann, pedazos de velas rifadas guadrapeaban castigando todo lo que encontraban a su sotavento y el viento armaba un batifondo de órdago. Una puesta en escena impecable. El Colón se venía abajo. La gente se mareaba, gritaba desesperada, se persignaba entre sollozos… Un lujo Renán.

En medio de todo esto, como si nada, este calmo polizón iridiscente se enfrenta a Dutch (a esta altura del mito ya estamos como chanchos con el capi) y lo condena a vagar por siempre por los mares en eterna tempestad, a comer sólo hierro al rojo y beber hiel. Le deja por único tripulante a un grumete que le crecen cuernos (para hacer juego con las vacas supongo… todo un detalle del régisseur) y boca de perro demoníaco (Para efectos especiales, nada mejor que un mito. Tiembla Jóligud).

La figura angelical se da vuelta y, a la voz de vi luz y subí, se lleva consigo luces arriba, a toda la tripulación -menos a ese aprendiz de minotauro- y a todos los pasajeros, no sin antes proferir su última condena al capitán: aquellos que te vean en una tormenta desaparecerán tragados por el mar!

(Timbales a todo parche. Sube la figura al cielo. Se cierra el tambucho de las nubes y cae el telón). La platea hierve, la gente delira. Del gallinero se tira uno al vacío al grito de derivá coloráu… no insistas… las cuadras no son pa’ ceñiiiiiiiiir….

Y acá es donde me pongo loca ¡¡¡ por las barbas de mil tiburones hambrientos !!! ¿¡cómo cuernos saben los hombres de mar sobre la existencia del Holandés Errante si nadie que lo vea sobrevive para contarlo? Este mito de los viejos lobos de mar me divierte porque tiene una contradicción interna que no aguanta ni al propio mito.

Otra cosa que me pregunto es: ¿cómo sabían los marineros que creían en este mito que era holandés el fantasmón ese? Tenía pintado un tulipán en la popa? ¿el traje de agua de Dutch era de color naranja y usaba zuecos de agua? ¿Acaso, el hierro al rojo le caía mal para las almorranas y comía queso Gouda cuando amainaba un poquito? (Sí... sií ya sé lo de la Opera de mi tocayo Wagner y su libreto, pero dudo que los marinos harapientos, escorbúticos e ignorantes del S.XIX que juran por sus muertos haberlo visto por doquier hayan ido a una agradable promenade en Dresde a presenciarla).

Para más delirio, como en cada país el mito tiene sus variantes, los marineros franceses decían que el cretino de Vanderdecken enviaba pestos a los barcos que divisaba en zonas de calma y les mandaba cartas que volvían locos a sus capitanes y les hacía perder el rumbo…

La versión alemana del mito habla de un capitán llamado Bernard Fokke. Se decía que nadie iba más rápido que él de Holanda a Java. Solo 90 días, y que para ello, había firmado un pacto con el diablo (Muy Dr. Faustus). Cuando un buen día desapareció el alemán se comenzó a decir que el diablo ya lo había condenado a vagar por los mares. Pero hay una diferencia con nuestro Dutch: cuando Fokke era avistado, desaparecía. Amable y oportuno, no molesta ni deja pruebas de su existencia.

Es común que haya paralelismos entre diversos mitos. Hay quien señala un fenómeno de este tipo entre los mitos del Holandés Errante y el del Judío Errante, dado que en los dos, ambos personajes insultan a dios y ambos son castigados con la misma condena: errar eternamente.

Dado que ambos se la pasan yirando por todos lados y que el mundo es un pañuelo vea, no creo imposible que alguna vez se crucen. En tal caso no me es difícil imaginar la dantesca escena…

El Judío a pata sobre las olas (en los mitos, como ya dije, todo es posible) ve acercarse a Dutch al timón de su bajel. Siempre mirando a proa, el Holandés deja de masticar el Gouda ante la sorpresa de ver al Judío, algo lejos aún, pero a fil de roda.

Siempre atento a la maniobra y con la intención de no llevárselo puesto y continuar con dos mascarones, Dutch deriva, dejando al Judío con mucho respeto por babor. Cuando considera que la demora es la correcta, va orzando un poco, toma velocidad y enfacha (en un mito se puede orzar todo lo que se quiera con velas cuadras).

Conforme avanza va perdiendo estropada, y con un suave golpecito de timón evita hacerse una brochette de Judío Errante con el puntudo penol del moco del bauprés. Sigue avante hasta que el Judío queda a la altura de la timonera.

Exultante porque la maniobra de hombre al agua le salió como le gusta a PNA y seguro le dan el carne de timonel, Vanderdecken apoyado en la tapa de regala levanta su brazo derecho saludando:

-¿Qué acelga Rusooo? Hermano!

-Estas son horas de llegar? Le responde grave el Judío Errante…

-No te chivés Ruso. Casi sin velas… ¿que querés…? Todavía estoy esperando que North me entregue la Gavia Baja de kevlar ya reparada, que la rifé en Leewin en un vira vira con el Cutty Sark.

-Ya sos grande Holandé... no estás para esos trotes…

-Tenés razón Ruso. Los Clippers son más rápidos y me dejan de seña… pero uno está para lo que está y tiene que hacer su laburo. Ruso… ¿querés que te acerque a algún lado? Te tiro donde quieras, Asención, Pitcairn, las Kuriles, Isla del Coco, donde quieras Rusito…

-Te agradezco, pero no puedo. Tengo que esperar que regrese el Mesías, según las instrucciones de mi mito…

-O Ka, Ruso. Te dejo entonces porque ando medio cortina de tiempo. Mañana quiero cruzarme con el María Celeste, a ver qué se me ocurre... Nos vemos algún siglo de estos Ruso. Chaucha ¡Saludos a Rebeca!

-Shalom Holandé… Seguís QAP en 666 ???

Mientras ya la popa del Holandés Errante se desdibujaba en la repentina niebla de la tétrica noche que se avecinaba, se escuchó un macabro y estruendoso

-Síiiiii !!!

¡Qué encuentro! ¡Los dos Errantes más Errantes de todos!

La Recalada tiene otra primicia acsoluta para ofrecer a su lector. Dutch y el Ruso, el Ruso y Dutch en un dueto sin desperdicio! Un dueto mítico! En periodismo retórico náutico, sin duda La Recalada la tiene re calada…

Hay mucho sobre el Holandés Errante. Lo que acá he vertido lo pueden hallar (mucho más completo, y sin mis pinceladas) en:

http://sobreleyendas.com/2007/06/03/la-leyenda-de-el-holandes-errante/

El mito del Caleuche, también llamado Buque de Arte o Barcoiche, es absolutamente diferente.

Reviso viejas notas de viaje y encuentro que el vocablo Caleuche viene de KALEUTUN: mudarse, transformarse; y CHE: gente, ambas, creo, palabras de la lengua que habla la cultura Chilota, en el sur de Chile (Si hay isla hermosa es Chiloé. Sin duda!! El que pueda llegar a su capital -Puerto Castro- navegando sus laberínticos canales no lo podrá olvidar en su vida).

El Caleuche es un barco grande, a vela y cuando hay neblina navega muy iluminado pues está de fiesta permanente. Se desplaza a gran velocidad y puede hacerlo sobre y bajo el agua. La música de a bordo es la más maravillosa que pueda escucharse. Navega por los canales e islas del sur chileno (en mi opinión uno de los lugares más bellos del mundo para navegar) y siempre está en contacto con la gente. Se nutre de tripulación entre los cadáveres de náufragos que el mar no ha regresado a las playas o navegantes de pequeñas embarcaciones que se sienten seducidos por su música (viejo mito el del la atracción de navegantes por la música y el “canto de sirenas”) y con gente de los pueblos costeros, generalmente comerciantes pobres que han “pactado” con el barco: éstos reciben toda clase de mercancías para vender a cambio de un hijo para trabajar como tripulante o una hija para ser la esposa de un tripulante. Esa persona así “contratada”, no envejece mientras está a bordo, y es llevada a vivir a la inubicable Ciudad de los Césares, en donde se surte el barco.

En Castro se dice que cuando un comerciante progresa rápidamente y tiene su tienda abarrotada de cosas sin que nadie lo haya visto recibirlas en los barcos “normales” que llegan al puerto, o en carretas, es porque tiene un pacto con el Caleuche. Otra forma de reconocer a los que pactaron, es que siempre en los asados comen gallina negra y cuando bajan sus mercaderías lo hacen en botes sin clavos, pintados con alquitrán, los botes del Barco de Arte.

Se dice que los tripulantes del Caleuche desembarcan muy bien vestidos, y la gente les huye.

Si por casualidad uno es testigo cuando bajan mercaderías del Caleuche, debe ponerse un terrón de tierra en la boca, porque es por el aliento que se los descubre y luego es “abducido” para ir a trabajar 100 años. Hay quienes afirman que hay tripulantes del Caleuche que caminan en una sola pierna porque tienen la otra enrollada sobre la espalda y que los tripulantes que fueron náufragos que el mar no devolvió tienen la capacidad de transformarse en “cahueles” (delfines).

Estos náufragos, al cumplir el primer año de trabajo –de estar desaparecidos- tienen una noche de permiso para visitar a sus padres en tierra. No aceptan comida ni bebida alguna en las casas de sus familiares. Casi no hablan. Parecen muertos vivientes, según los relatos. Se los saluda dándoles la mano, pero las suyas son frías como sin sangre. Al finalizar la visita, dejan en la casa que pasaron la noche una bolsa llena de monedas de oro, plata y joyas. Salario (pagado por adelantado, único armador de la historia de la navegación mundial) por los 100 años de trabajo a bordo del Caleuche.

Hace muchos años hubo un incendio en Castro. Todas las casas son de madera y la Catedral de Castro es la construcción de madera más grande del mundo, dicen. De hecho se quemaron todas las casas de una cuadra menos la de un comerciante. Aún sigue en pie y este comerciante prosperó muy rápidamente. Quedó en el imaginario castreño como que tenía un pacto con el barco, y que había entregado a su hija.

Hubo varios comerciantes cuyos hijos “desaparecían” cuando cumplían la mayoría de edad, la edad para el “pago”. Eso era “prueba” de que habían sido el pago de su padre al Caleuche. (Parece que la típica emigración juvenil hija de padres que puedan sufragar mejores estudios y horizontes que los que hallarían en su pueblo natal, no está muy bien vista. Acá tenemos un claro caso de “explicación” de un fenómeno de desaparición de personas por medio de una superstición).

Cuando el Caleuche zarpa luego de cumplir su faena de entrega de mercancías a sus “socios” de tierra, lo hace seguido de una estela de “cauquiles” (noctilucas).

Dejemos que zarpe.

A ojo de buen cubero podríamos decir que una superstición no deja de ser un intento de explicar algo. Si lo explica -o no- es otra cuestión que nada tiene que ver con la náutica. Para concluir con la pregunta -no con el tema- agregaré que el otro elemento imprescindible, esencial, la sal del huevo frito, es la fe. Cuanto más ciega… más grandes las ventosas del pulpo que atacó al Nautilus.

Hasta se podría enunciar la siguiente “Ley del volumen de las criaturas míticas”:

“El volumen de las criaturas míticas es directamente proporcional al cubo de la fe con que se defiende su existencia e inversamente proporcional a la cantidad de observaciones documentadas realizadas”.


LR: Qué cosas malas le pueden acontecer al navegante que no respeta los ritos? O expresado de otro modo: a qué le tiene miedo el navegante?

RC: No son la misma pregunta.

En cuanto a la primera de ellas, te diré que depende quiénes sean sus compañeros de viaje y en qué siglo navegues.

Hasta hace apenas un siglo, en la mayoría de esos barcos mercantes mal mantenidos, con capitanes y tripulaciones de orígenes y pasados dignos de Salgari, Conrad o Stevenson , no te convenía no respetar sus creencias.

A bordo de esos barcos que hacían rutas por las que nadie se atrevía, marcadas en cartas semiborradas por el manoseo en tantas guardias, cortadas en sus dobleces y manchadas de café, absenta y sangre, no respetar los ritos podría haberte costado un íntimo navajaso nocturno, nacido oculto tras el macho del trinquete y que un instante antes reflejó la luna en agazapado silencio. Te hubieras dado cuenta que te decapitaron recién cuando hubieses visto las punteras de tus botas frente a tus ojos, antes de adormecerte viendo desmoronarse tu cuerpo.

Pasó el tiempo. Cambió mucho la vida. Antes un barco se hundía y listo. Hoy podemos hundirnos controladamente, y emerger de profundidades inconcebibles 3 meses después con ese olorcito a pan recién horneado, bañaditos y peinados. Sin embargo... algunas supersticiones se mantienen. ¡Y cómo! Te contaré algo que me pasó en este milenio.

Acababa de finalizar un viaje en un velero de bandera italiana. Casi un año y medio dando vueltas por ahí, siguiendo la estela de Darwin. Estábamos en una cena, todos contentos, festejando. La tripulación y los ocasionales invitados éramos todos uno. Creo que era en una taberna del sur de Chile.

Yo tengo la costumbre de silbar. Toda mi vida. Silbo mucho. En esa cena me entero que uno de mis adorados compañeros de viaje, un marino de rompe y raja, un sardo de acero inoxidable que se quedó calvo de tantas olas que le pasaron por arriba, un amigaso in extremis, un Imprescindible con quien compartimos –y seguramente repetiremos- miles de millas en ese y otros viajes, bueno.. él… estaba muy enojado conmigo. Incrédulo, fui a hablarle.

Ciertamente, por única vez en años que nos conocemos, luego de muchas birras de todos colores y puertos, lo vi mirarme serio, enojado, y me dijo lo que pensaba y sentía: me hacía responsable de todas las tormentas que habíamos tenido desde la zarpada en la Toscana. Estaba absolutamente convencido que mi cotidiano silbido había sido el imán que las atrajo.

No hubo caso. Nadie lo pudo convencer de lo contrario. La cosa quedó –queda- así. Por supuesto, nos llevamos de maravillas, pero él sigue culpándome, absolutamente convencido de buena y profunda fe. Es más, me dijo que en su tierra, ni se me ocurra silbar en un barco de pesca porque me matan.

No comparto en absoluto su creencia, pero la manera respetuosa en que me habló y la profundidad de su mirada me sobraron para comprender y respetar esa superstición, que no es sino respetarlo a él.

Lo curioso es que aún me queda el regusto de que quizá él sea “más” marino que yo, porque posee algo que yo no: un eslabón de una cadena muy larga de creencias que sin duda lo unen de una manera muy distinta a sus antepasados marinos sardos, seguramente una cadena de unos dos mil años, algo incomprensible para nosotros, neonatos de 4 generaciones que caben holgadamente en 2 escuálidos siglos.

Exageró al decirme que me matarían? No lo sé. Pero por las dudas, me pegaré un buen pedazo de Duck Tape en la boca si navego en aguas sardas.

La otra pregunta, a qué le tiene miedo el navegante… No lo sé. Antes que navegantes somos seres humanos y como tales ya tenemos miedos antes de pisar un barco por primera vez. Esa respuesta es muy personal. No puedo responder por los demás. Apenas por mí. Aunque no lo pienso casi nunca, morir ahogado, con plena conciencia, me ha dado miedo alguna vez.


LR: Es especialmente temeroso el hombre de mar?

RC: No sé. No los conozco a todos, pero creo que no. Hoy no. Además… ¿Qué se entiende hoy por “hombre de mar”? Una vez escribí que Bruno Nicoletti era un hombre de mar y yo un navegante. Nuestra diferencia estriba en que a mí me agrada -y necesito- regresar a tierra. El no. Para mí la navegación es un medio. Para él, un fin. Por otro lado, no olvidemos que LR pertenece a una sociedad de navegantes por placer. Creeme que el mundo de la pesca, el de los transportes, el de las armadas, es absolutamente diferente. La cosa se complica mucho entonces a la hora de etiquetar. Lindo tema. Me gusta.

¿Qué es hoy, con teléfonos móviles, GPS satelital con capacidad de incorporar toda la cartografía mundial, ser un “Hombre de Mar”? No será, como la del farero, la del deshollinador, o el palafrenero, una profesión extinta o en vías de? ¿Creemos que el capitán del Queen Mary II es un verdadero hombre de mar? Si te digo que lo llaman por teléfono mil veces al día desde la central para exigirle esto y aquello, que debe cumplir con horarios con la misma rigidez que una línea aérea, que debe responsabilizarse de mil temas que de marítimos no tienen nada… ¿seguiremos creyendo que es un “Hombre de Mar”?

Quizá debamos buscar a ese hombre de mar, a ese Blight, Ahab, Langdorff, Piedrabuena, Smith o Nemo en la literatura, o en aguas antiguas, o entre los pescadores del estrecho de Behring, o los pescadores chilenos que van a tirar redes entre Evangelistas y Diego Ramírez, allá, donde Hornos ya no está hacia el Sur, sino muy al Norte…

Y ahora, a seguir rompiendo mitos… ¿por qué hablamos de “hombres de mar” y no Mujeres de mar? (La mayúscula no es un error de tipeo, ya verás…) Acaso no las tenemos entre nosotros?

Otro curioso tema… ¿Tenemos hombres de mar en la navegación deportiva argentina? ¿A quienes respeto como tales? A Alberto Torroba, en primer lugar, sin duda alguna. No sólo por lo que hizo, sino por cómo lo hizo. Adentrarse al mar desde una cultura absolutamente diferente a la nuestra, la “oficial”, es mucho más que navegar. Hay una ruptura de paradigma que no hicieron ni siquiera los gigantes Shackleton ni Blight, epítomes del desafío al mar por sus increíbles travesías en bote, para salvar sus vidas y las de su tripulación. En mi opinión, el Sr. Torroba es un Copérnico dentro del “modus navegandis occidental”, y como don Nicolás, es único.

Bajando a escala mortal, mis respetos se los llevan unos pocos: El Mono, Brunito, Hormiga, Jorgito Tangaroa Correa, Gerónimo San Martin, Celesia, Guille Mariani, Roberto Baylac, que a los 84 pirulos cambiaba genoa por foque a bordo de su Manobrava en plena vuelta al mundo (Hablale de rolling y te pasa por la quilla). Seguro que me olvido de alguno… epa, la pareja del Charrán, con quienes tuvimos un cruce radioeléctrico de “vuelta encontrada” en el Indico, cada uno en su vuelta al mundo. Ellos en busca de Cape Town y nosotros -Bruno y quien narra en el Brumas Patagonia-, en demanda de las islas Gough y Kerguelen, unas dos mil millas al sur de ellos. Gustavo Díaz y Sra., que con hijos y la banda de pibes que construyeron el Gandul –otro cata- se fueron desde Comodoro a la feria mundial de Sevilla y no sé dónde más ¿Y Oscar Orallo? de quien supe de su existencia acá en Mallorca, donde él vive hace 30 años y hoy somos grandes amigos. Con sus manos construyó un catamarán polinésico, un típico Warran, de 28 pies (los cascos tenían 4 de manga máxima). Lo hizo en el comedor de la pensión en la que vivía y explotaba. Se vino con su orgulloso y fiel Taraguí hasta Mar del Plata en solitario.

Entre los que ya zarparon, mis vítores a Ernesto Uriburu, que sus 67 mil millas en el Gaucho algo valen… ¿no? Y lo valen desde el punto de vista que rescato como navegante: el goce de la vida. El Gaucho no batió records, ni realizó hazañas. Pero navegar el propio barco tantas millas me asegura algo: su patrón lo gozó a rabiar. Y last but not least, queda Vito, de quien -cosa rara- no diré una sola palabra porque ya dije todo, creo.

De entre todos los nombrados siento un plus de respeto por aquellos quienes construyeron sus barcos con las propias manos, y otro plus más por aquellos que además metieron a bordo a su familia y se fueron todos al mar, demostrando infinita confianza en lo hecho y por hacer. No hay riesgo mayor para el navegante de largo aliento, que llevar su familia a presentársela a Neptuno.

Me excluyo de esta lista de hombres de mar, no por falsa modestia, sino por las razones que expuse antes: no me considero hombre de mar sino navegante. No confundamos hinchazón con gordura.

Dejo en popa, ex profeso, a nuestras minas del mar. Coca Mariani, vuelta al mundo con Guille Mariani y Roberto Baylac. 5 años de viaje. Las Brizuela, Miryam y Patricia, del ITHACA, otras peso pesado (Por donde andarán?) Y mi predilecta, la diosa de las olas, mi rubia deliciosa, Marisa Bianco. Compró un chapón y lo recauchutó ella: el HUAYRA. Como Bruno Nicoletti, mi rubia comenzó a navegar en serio a la edad en que otros abandonan. Luego de “cumplir con la vida”, decidió renacer y mandar todo a la mismísima… amarra. Eso es lo más difícil. En estos días la Rubia está proa al estrecho de York, (Australia norte) pronta a hacer el Mar de Arafura. Creo que ya lleva 4 o 5 años navegando, no sé. A veces en solitario a veces con compañías que le lleva el mar. Ad mi ra ble !! De tanto en tanto mi diosa salada me manda un mail de algún puerto con nombre multisilábico y lleno de vocales.

Este es mi “top ten” de las damas y hombres de mar de nuestro país, según el dictado de mi buen entender. Los más de ellos, grandes desconocidos aún en nuestro pequeño mundo. A todos ellos mis respetos.

Como ves, no todo es “hombres de mar” mi querida periodista retórica.


LR. Por qué se coloca una moneda en la carlinga del palo mayor?

RC: Ah… mi tradición preferida y una de las más viejas del mundo del mar. Viene de la antigua Grecia. Cuando alguien moría le ponían una moneda bajo la lengua. Esta moneda era para pagar a Caronte, el timonel de la barca que cruzaba nuestra almas por el río Aquerón para llevarlas al Hades, o inframundo oscuro de los griegos. Las almas que no podían pagar los servicios del barquero, quedaban vagando un siglo por las orillas del Aquerón, sin poder cruzar. Al final, Caronte accedía a llevarlos.

¿Cómo se aseguraban los marinos, si morían en el mar, que alguien les pusiera esa moneda bajo la lengua? Era imposible. En un naufragio morían todos. Entonces, temerosos de que sus almas no pudieran cruzar el río, decidieron tener siempre a bordo una moneda de valor que alcanzara para el “peaje” de todos, por eso todos contribuían a comprarla, aunque parece que fue más tradición del armador donarla (Un raro gesto de generosidad armadoril, dado que aún hoy perdura como una de las tradiciones náuticas más antiguas y respetadas por los shipowners la sempiterna tacañería con la tripulación, tanto más cuanto más lujoso es el barco).

Ahora surgía el problema de dónde guardarla para que no se pierda, no se caiga al mar, no la roben los piratas, o alguno de ellos, etc. y lo más importante, que todos supieran que la moneda estaba siempre con ellos.

Rápidamente se dieron cuenta que la carlinga era el lugar ideal. La moneda tenía encima el peso de todo el palo y jarcia. La espiga del palo la aprisionaba contra el tintero de la sobrequilla. Para guardar una moneda ése era el lugar más inaccesible, por tanto más seguro, de la nave, aunque todos supieran dónde estaba. De esa forma se aseguraban que al hundirse con la nave, todos tenían como pagarle el charter a Caronte.

Para que no hubiera dudas de que la moneda estaba con ellos, cuando se construía la nave, se la depositaba en acto público en la carlinga, momentos antes de colocar el palo que la custodiaba aprisionándola hasta que la nave dejara de existir.

Dicho sea de paso, Caronte cobraba por guiar la barca entre las sombras del Hades, no por remar. Esta tarea siempre quedaba en manos de las almas de los difuntos y así, la tripulación seguía junta, remando.

La profunda superstición de esas gentes seguramente les acercaba lo fundamental en toda creencia: paz espiritual. He aquí un rasgo fundamental de los mitos: si no traen algún tipo de satisfacción interna, durarán lo que las novias a Sabina, según mi aludido declara en sus canciones. Los riesgos de los viajes no disminuirán por llevar una moneda a bordo, pero la actitud para aceptarlos y enfrentarlos sí. Se comprende fácilmente que esa inicial “tranquilidad de espíritu” ante la muerte, haya devenido en “buena fortuna”, que es la versión que pervivió en los siglos posteriores, tal como nos llega hoy.

Pero las cosas no son tan sencillas ¿Cómo mantener esa tradición en barcos sin carlinga? Hay veleros de palo semiorientable montado sobre cubierta en una esfera de acero inoxidable... ¿vamos a poner una moneda bajo la esfera? ¿Y la “carlinga” torneada ad hoc para esa “espiga esférica”, como el alojamiento de la cabeza del fémur en la cadera? ¿Qué hacemos con eso? Imposible.


Con el nacimiento del barco de plástico cambiaron muchas cosas, entre ellas esta tradición de la moneda, porque… ¿Dónde está la carlinga de un palo que apoye en cubierta y no tiene espiga? Bajo el palo, dentro del salón, hay un mamparo estructural o un pie de amigo extensible. O sea… muere la tradición: mejor que Caronte tenga Visa o Master si no… minga de cruzar el río.

En algunos mega yates sí, reaparece una especie de carlinga, pero aparece un nuevo elemento anti moneda: la corrosión bimetálica por diferencia de potencial si el casco es metálico (cosa que sucede casi siempre) O sea… más allá de las voluntades, a veces no podemos continuar con la tradición. Confiemos entonces en la tolerancia de los dioses.

Curioso como algunas tradiciones tienen variantes. En la antigua Europa sajona, se estilaba poner una moneda en cada ojo del difunto.

Now my advice for those who die, (taxman) 
Declare the pennies on your eyes. (taxman) 
'Cause I’m the taxman, 
Yeah, I’m the taxman. 

And you're working for no one but me.(Taxman)

(Ahora mi consejo a los que mueren /

declaren los peniques (monedas) en sus ojos/

porque soy el Recaudador de Impuestos,

si, el Recaudador de Impuestos.

Y ustedes no están trabajando para otro, sino para mí.

(Lennon- Mc Cartney, TAXMAN Recaudador de impuestos)

Aún hoy, luego de tanto tiempo de conocerla, esa tradición de la moneda me emociona.

En mis años de navegante novel, he visto muchas espigas que apoyaban en monedas oxidadas. Lo sentía como lo que era: una verdadera liturgia. Siempre las mismas preguntas: A quienes protegió? Quién la puso? Cuánto hace? Todos misterios, como creo que aún debe ser en el mar.

Ciertamente pondría una si tuviera un barco que me lo permitiera. No por creer en que con ello me protegeré de tormentas o pagaré el peaje de mi último timonel, sino por el hecho de respetar a los miles de Hombres de Mar que lo creyeron firmemente, durante siglos.

Por suerte no todo es vectran, ósmosis inversa, cartas vectoriales, eslora en flotación variable o quillas basculantes. En fin… soy un romántico.

Tócala de nuevo Sam.


LR: Se puede cambiar el nombre de un barco?

RC: El mito no lo impide. Sólo dice que si lo hacés vas a tener mala suerte. Sin embargo, es el mismo mito quien ofrece una situación de excepcionalidad bajo la cual sí se puede cambiar el nombre sin incurrir en falta punible por Neptuno: haber desarbolado.

En tal caso, dado que el dios Eolo interviene en la desarboladura y entre dioses no hay corn... perdón, no hay relampagueadas; está tolerado el cambio de nombre, que se debe realizar antes de arbolar nuevamente. ¿Por que? Es sencillo.

Así como un cuchillo deja de serlo si pierde su mango o su hoja, un velero sin arboladura deja de ser velero y entra en una especie de “limbo jurídico temporal” que lo coloca fuera de las jurisdicciones de los mitos vigentes. Hasta tanto sea rearbolado, recuperando instantáneamente su condición de velero y reingrese al dominio de los mitos, no son punibles los cambios que se produzcan en el mero casco e interiores mientras el velero carezca de arboladura. Es el momento de pintarle o colocarle las letras del nuevo nombre e iniciar los trámites legales pertinentes. (NOTA BENE: en caso de más de un palo, si sólo uno se parte, el velero no pierde su condición de tal.)

Si bien no está relacionado con el cambio de nombre de la embarcación, se recomienda que antes de arbolar nuevamente no se omita colocar una moneda en la carlinga.

Sobre el tema del cambio de nombre en España hay otra tradición que difiere profundamente de la nuestra.

Por estos pagos no habla de desarbolar como condición permisiva: la tradición ibérica permite el cambio de nombre si y sólo si se sigue estrictamente un detallado protocolo, un rito con todas las de la ley.

La versión hispanyola nos dice que los datos de toda embarcación (nombre, medidas principales, aparejo, motores, desplazamiento, etc.) cuando es botada quedan registrados en el archivo de Neptuno, conocido como “Gran Libro de las Profundidades” y Neptuno mismo visita la nave para conocerla personalmente.

Entonces si queremos cambiar el nombre del barco debemos borrar todos los datos originales para sacarlos de ese libro y de la memoria de Neptuno. Esto se logra mediante un prolijo trabajo que comienza borrando, retirando o eliminado cada letrero u objeto que tenga escrito, grabado o haga referencia al nombre anterior.

No hay que olvidar revisar todos los libros y revistas de a bordo! En cualquier página puede estar anotado el nombre que queremos desembarcar, o haber un papel con ese nombre escrito. Para estar bien seguros, se recomienda cambiar por nuevos los libros de bitácora, pólizas de seguro, garantías de equipos con el viejo nombre, libro de mantenimiento del motor, etc.

En aquellos casos en que es imposible deshacerse de un libro –o formulario, como el del EPIRB- u objeto que tiene el nombre anterior, entonces se permite pintarlo encima, borrarlo, tacharlo correctamente, etc. Si su sextante tiene una caja de madera con el nombre grabado… lo siento mucho: lo lija, lo regraba, lo incrusta, o lo desembarca.

Remeras con nombre anterior? Ni para trapo de piso: ¡¡fuera!! Camperas o trajes de agua con el nombre anterior del barco? Ropa de cama con el nombre bordado? Je.. je… Lo la…

Ojo!!!! Hay que cambiar el nombre en los salvavidas de rosca si los hubiera, o en los chalecos si los tuviera. Lo mismo en el gomón. Pegarle letras nuevas de vinilo o pintar perfectamente encima. En fin, ya me entienden. Cada barco es un universo y no abundaré más en ejemplos.

Tan exigente es este procedimiento que, si creyéndolo ya finalizado hace algún tiempo, hallamos un elemento –no importa su tamaño, función, antigüedad, material, color, costo, etc.- que aún tiene el nombre antiguo, debemos recomenzar una profunda revisación de todo el barco de proa a popa incluyendo -esto es de capital importancia- un brindis extra en honor al dios del mar.

Si no lo hacemos así, la embarcación es plausible de recibir cualquier desgracia muy grave que indefectiblemente culminará en naufragio, único precio con que se paga el incumplimiento del protocolo.

Como ve, querido lector, cambiar el nombre no está prohibido según la tradición española, pero su rito es tan difícil de cumplir que si uno es ferviente creyente en mantener tradiciones, se lo piensa un poco antes de naufragar por culpa de una vieja boleta de una lavandería que quedó traspapelada entre las cartas y que puede condenarnos al averno…

Ah… casi me olvido, está absolutamente prohibido llevar a bordo nada con el nuevo nombre si hay algo con el viejo y… la cosa no termina acá.

Llegado el momento en que luego de trabajar como un esclavo paranoico varios fines de semana, de haber revisado todo y tener la íntima convicción de que el barco está “limpio” del nombre que queremos sacar, o sea, que el barco está inidentificable en los dominios de Neptuno, lo que equivale a decir que Neptuno se olvidó de él y en el Gran Libro de las Profundidades las páginas que le pertenecían están en blanco, entonces podemos continuar con el rito.

Ahora hay que agenciarse un trozo de metal ferroso. Una placa. No importa el tamaño o forma. En él se escribirá con tinta o pintura soluble en agua el nombre antiguo al mismo tiempo que lo pronunciamos por anteúltima vez en la vida.

Acto seguido, habrá que conseguir una botella del mejor champú que se anime a pagar. No sea pijotero y no se me aparezca con “Duc de Saint Rémy”, aquel del reclame del locutor Ignacio de Soroa de smoking, en canal 7, circa 1958, comprado de oferta en Carrefour un lejano 8 de enero. Un buen marino, respetuoso de estas cosas de las tradiciones del mar y temeroso de Neptuno, no baja de Mumm o Pommery. Tampoco uno rebautiza barcos todos los días, che.

Invite a sus amigos a la ceremonia de invocación y solicitud al gran regidor de las profundidades.

Una vez a bordo y en medio del silencio que compete, el armador se dirigirá a todos, pero en especial al Rey del Mar, con estas palabras leídas muy solemnemente:

Oh poderoso y gran señor de los mares, todos nosotros, que te rendimos honores y tripulamos barcos aventurándonos en tus vastos dominios, imploramos tu gracia y poder infinitos para expulsar por todos los tiempos venideros y de todos tus registros el nombre (acá se dirá por última vez el nombre que tenía el barco) a quien has protegido pero ya debe dejar de ser una entidad en tu inmenso y justo reino.

Como testimonio de nuestro respetuoso pedido, te ofrendamos esta placa con su nombre para que sea corroído por tus fuerzas y para siempre expulsado del mar.

En este momento se arroja la placa de metal por la proa del barco y acto seguido se continúa…

En reconocimiento y gratitud a tu magnificencia te ofrecemos este brindis a Vos Majestad y a toda Tu Corte. – Ahora se vierte al agua por lo menos la mitad de la botella de champaña por la proa, cortándola de E a W lentamente con el chorro. El resto se reparte entre los invitados. (Nota Bene: en cualquier hemisferio que realice este acto, cerciórese que la proa mire hacia la meridiana).


LR: Por qué se dice que trae mala suerte cambiar el nombre de la embarcación?

RC: Para hacer cumplir un rito, un mandamiento, es fundamental el miedo al castigo. Si quiero que mantengas el nombre, te meto miedo con la mala fortuna en el mar.


LR: Qué ritual hay que seguir para botar un barco nuevo?

RC: La célebre rotura de la botella en la roda, aunque no es lo mismo la roda de un portaaviones nuclear que la de un H20.

Si le das a la proa de un velerito de plástico de 6 metros con una botella de champagne, lo más probable es que regrese al astillero 6 meses más. Para evitar eso, se “prepara” la botella. Se le ata un hilo impregnado en alcohol y se lo enciende. En la parte del vidrio que estuvo bajo el hilo ardiendo se generan tensiones que debilitan a la botella y al momento del golpe se partirá por ahí. Antes del bautismo, se coloca la botella dentro de una red (media de mujer es lo más seguro) para evitar que las esquirlas dejen tuertos o ciegos entre los invitados y entonces sí, el touch triunfal.

La botella debe romperla la madrina del barco quien, por poder del dinero, suele ser la esposa o hija del armador. Esa madrina debe leer unas palabras relacionadas con la vida futura y el nombre de la nave (ella la bautiza) y a cambio recibe una piedra preciosa. En el salón debe haber una placa de bronce en donde se haga referencia al acto de la botadura y el nombre de la madrina de la nave.

Si la botella no se rompe de primera intención... mmmm mala suerte para toda la vida de la embarcación. La madrina se frustra y los tripulantes la mirarán torcido durante años. 
Es curioso que la madrina siempre sea mujer y hayan sido ellas quienes tenían prohibido embarcar.

Esa tradición fue cediendo lugar a los números. Las compañías navieras de pasajeros no iban a dejar de vender pasajes por hacerle caso a un mito, por más tradicional y misógino que sea. Si a algún marino no le gustaba, pues a la calle o a callar. Bussiness is bussiness.


LR: Existe algún ritual que se imponga para volver a botar un barco que fue sacado a tierra para reparaciones?

RC: En el mundo hispánico no sé, en el sajón hay un lema: “No cash… no splash”.

O sea se paga antes de ir el barco al agua. No es muy romántico, pero como rito, es muy práctico.


LR: Qué ritos existen para convocar el viento cuando hay calma?

RC: Oh..! Sólo conozco dos modos, como los ojos (o no?). Pronto os los pongo:

1.- Silbar, ni mucho ni fuerte. Como no están definidos la intensidad ni la duración de la invocación, esto le da esa pizca de peligrosa incertidumbre que debe tener todo mito.

2.- Rascar el palo. También la misma incertidumbre: cuánto tiempo lo rasco? Con qué fruición? Y si me paso? Hace muchos años, lo hice en plena calma, cruzando hacia San Juan en la época en que se podía hacerlo desde la farola del CNSI. La típica calma del medio día. Las moscas verdes copaban la yorma. La baba del diablo colgaba como una condena. Rasco el palo un par de minutitos y cuando dejo de hacerlo, justo en ese instante aparece la brisa más hermosa de mi vida. Aplauso general. Nunca más volví a tentar a Eolo. Lo considero un gesto muy educado suyo. No abusar tampoco.


LR: Existen ritos para conjurar la tempestad?

RC: Encomendarse a San Telmo.


LR: Hay algo que podamos hacer para tener más agua en nuestra piscina color de león? Se puede conjurar la bajante o convocar la creciente?

RC: hay tres soluciones.

1.- Para convocar la creciente: Tirarle unos mangos a Lula para que abra la canilla en Itaipú hasta que podamos amarrar los Plenamer 23 al pie de la cruz de la torre de la Catedral de San Isidro.

2.- Para conjurar la bajante: decirle a Cristina que con lo que sobre del tren bala, hagan un dique que vaya de Punta Piedras a Montevideo (55 Millas, Rv= 057º). Regulamos la profundidad que querramos y para el tráfico mercante hacemos unas exclusas onda Panama Channel, ergo: peaje. Negocio redondo.

3.- Solución integral que abarca ambos problemas: Cambiemos todos los monocascos de más de 60 cm de calado por catas. ¿Hasta cuándo lo tendré que repetir?


LR: Cuáles son las supersticiones que circulan en relación con las mujeres abordo?

RC: El capitán puede casar y el matrimonio dura lo que el viaje. Las mujeres buenas van al cielo. Las malas a todos los viajes que quieran. La mujer del capitán no puede abordar un barco si no trae otra flaca para mí (No importa donde yo esté. Que me la manden a Palma. Cumplan con las tradiciones!!!)


LR: Hay otros personajes que no resulten bienvenidos abordo según las supersticiones marinas? Y animales? Cosas?

RC: dentro de las categorías enunciadas, “animales” y “cosas”, tenemos a suegras y leche.


LR: Qué criaturas pululan en el universo de la mitología marina?

RC: Sólo hablaré de una absolutamente deliciosa. Es de origen nórdico y me la pasó hace más de 30 años mi querido amigo Avelino Gutiérrez Seeber che, (si me olvido del Seeber me deshereda) .

Resulta que en todo barco suceden cosas extrañas. Uno juraría que al encendedor lo dejó en el cajón de la mesa de navegación y… no tá. Pero no tá por meses, hasta que aparece dentro del tarro de arroz, el invierno siguiente, cuando buscábamos un salvavidas. El compás de puntas secas huyó de su vieja “compasera” de cuero perforado y colgado oblicuo encima de la mesa de navegación (así tapa una rayita del barniz) y hace unas 3000 millas que no hace acto de presencia. Análogamente, desaparecen o cambian de lugar las cosas más inverosímiles, sobre las que hubiéramos jurado ante el Escribano Garrido (que se quede con la lapicera) que guardamos esas cosas en “su” lugar de siempre.


Según los marinos de “allá arriba”, hay un duendecito a bordo de los barcos. Vive en la carlinga y es muy, muy travieso. Se llama Klabauterbam. Ese duendecillo es el responsable de estas misteriosas desapariciones y reapariciones. Como él vive a bordo, obviamente no hará de las suyas con algo importante, que arriesgue la seguridad de la navegación o de la tripulación. Sólo cositas pequeñas.

Por supuesto, es muy tímido y frágil y huye de los tripulantes. Como al rayo verde, casi nadie lo vio.

Tardé 30 años, pero Neptuno me regaló dos cosas: poder ver a ambos.

Al rayo, en dos oportunidades, a Klabauterbam en una.

Fue una soleada y fresca mañana cruzando de Islas de Cabo Verde al Caribe. Lo agarré desprevenido, tomando sol, con sus dos piernitas como un pajarito sobre el botón del asta de una bandera, paradito encima de una piña que estaba dura por la sal del mar. Estaba agarradito al guardamancebo de estribor, como colgado, para mantenerse en equilibrio, como cuando viajamos en subte y nos tomamos de la gaza que pende sobre nuestras cabezas. Creo que es una primicia mundial una foto de Klabauterbam. La Recalada debería tomar esto con mucha consideración. Espero que no me traiga mala suerte. Como era contraluz y además estaba el reflejo del sol en el agua no pude ver su rostro. Y ciertamente no sé si estaba de espaldas hacia mí. Seguramente que sí, porque si no, creo que hubiera tratado de esconderse. No me vio sacarle la foto.


Klabauterbam tomando sol


LR: Qué son las luces de San Telmo?

RC: En la mitad de los pestos, los marineros rezaban a San Telmo para que la tormenta amainara.

Como las tormentas siempre amainan, supongo que esto reforzaba la creencia de que San Telmo tenía banca en el tema. Imposible no rendirse a la experiencia. Ciertamente, San Telmo tuvo muy buena prensa entre las aterradas tripulaciones.

La verdad es que cerca del final de las tempestades, a veces aparecen brillos violáceos en las “puntas”, esto es, en los penoles de las vergas o topes de mástiles con componentes metálicos. Hay muchos registros de testigos que hasta han visto chorros de luz azul despedirse desde esas puntas hacia fuera del barco.

Estos fuegos o luces se interpretaban como que San Telmo había recibido las plegarias y daba acuse de recibo de las mismas, haciendo correr el expediente de solicitud de parar la mano, que ya está ok, que somos todos marineritos buenos y vamos a hacerle caso al capitán, sin motines ni mohínes. Se sabe que ya los griegos los tenían junados a los fuegos. Ellos los llamaban Helena, si era uno solo o Castor y Pollux, si eran dos.

Es de lamentar que de mágico no tuvieran nada sino que, lejos de ser una casualidad, bajo ciertas condiciones de ionización del aire dentro del campo atmosférico eléctricamente alterado que envuelve al barco, es de esperar que aparecen estos “efectos corona”. Dicho más burdamente, son nada más que plasma berretón, consecuencia obligada si se dan las condiciones descriptas.

Como les decía antes, la gente tiende a explicar las cosas con lo que tiene en la cabeza. Los pobrecitos marineros de la gleba que apenas sabían contar, no andaban muy fuertes en física, y entonces era más sencillo aceptar que San Telmo les decía “QSL, a todo boys. Aguanten un rato que shá muevo los pelpas. Quedo QAP para la próxima tormenta y por favor recen más alto, aunque sea para copiarlos tres barra cinco porque hay un chisporroteo del demonio y mucha QRM. Aquí, Sierra Tango Romeo, San Telmo Radio, cambio y fuera”.

Al rato se apagaban los fuegos, calmaba la cosa y la muchachada de a bordo, de rodillas, se persignaba en honor a Telmo hasta que les quedaban los muñones de los dedos. Qué les vas a decir? Ellos veían que rezaban y las cosas se arreglaban tarde o temprano. Y si no se arreglaba, lo más probable es que muchas de esas tripulaciones naufragaran y las estadísticas jamás lo reflejarán, y si zafaban, se auto explicaban diciendo que San Telmo no apareció porque estaba enojado con alguno de la tripulación. Chivo expiatorio. Listo. El mito siempre triunfa. ¡Aguante San Telmo Radio!

El pensamiento mágico no es falseable porque la lógica que lo sustenta cambia según le convenga para mantener la creencia. Da por sentado un hecho y cualquier razonamiento hará las piruetas necesarias para defender la veracidad de lo previamente aceptado.


LR: Qué es el Leviatán?

RC:´Es un monstruo bíblico. Tiene forma de serpiente gigante y se lo asocia a Satanás.

Un buen bicho.


LR: Representan las ballenas algún símbolo místico para el navegante?

RC: sí, nefasto. Busqué un poco. Esto es lo que hallé.

En general, el marino le temía era un monstruo que se lo tragaba y se lo llevaba a morir a las profundidades del océano.

La ballena es un animal tremendamente simbólico en varias tradiciones. En la judeo-cristiana es la casa, el depósito mágico donde Jonás vive una viaje iniciático. Cae al océano y ahí lo salva una ballena que lo traga y ya renovado, es vomitado por el monstruo y sale del mar con una nueva misión. La ballena, con el unicornio, ha sido un animal asimilado con la figura del Santo Grial. Y cómo olvidar el gran significado de Moby Dick, la gran novela de Herman Melville.

Cuando la biología determinó que la ballena se alimenta de krill que filtra con sus barbas y que un hombre jamás puede pasar por su garganta, supongo que los que mantenían el mito hicieron mutis por el foro y se fueron silbando bajito sin decir ni “mu” (A propósito, no sé si hay vacas marinas).


LR: Hay reuniones de navegantes que practiquen ritos iniciáticos?

RC: lo ignoro, pero sha que estás ahí, porfa alcanzame el bonete rojo y la sotana verde que están en el pañol de proa babor, mientras ya prendo las velas y el incienso porque llega la tripulación con la gallina y los alacranes a 00:00 GMT.


LR: Considerás que el navegante de este milenio es supersticioso?

RC: los hay, pero no por marinos, sino por humanos supersticiosos, que los hay.


LR: Y el navegante de nuestro río?

RC: más que supersticioso ha de ser mago, para no andar de varadura en varadura…


LR: Vos navegaste con tripulaciones internacionales. Qué rituales se siguen hoy día abordo en el mar?

RC: Hace un par de años, en los primeros días de un viaje muy largo que comenzó en la Toscana, pescamos un atún. Como era el primer pez que conseguíamos, le cortamos la cola y me encargué, siguiendo la tradición, de colgarla en proa para que se secara y nos protegiera durante todo el viaje. Es una tradición fenicia.

Algunos cientos de millas después, un muchacho muy joven que navegaba con nosotros fue el primero en divisar tierra española. Siguiendo la tradición, el Capitán lo bautizó con un nombre muy famoso en la historia pirata del Mediterráneo. Le puso “Baciccio”, en honor a un joven pirata que luchó por la independencia italiana. La tradición mandaba que recibiera como premio la cola del pez que pendiera en proa, si había alguna. Y había. Pero claro, no queríamos quedarnos sin su protección, faltaban como 15 mil millas para finalizar el viaje y Baciccio se desembarcaba a los dos días en Alicante. Me comprometí a cuidarle la cola del atún.

Dos años después, finalizado el viaje, arrié la cola del púlpito y se la envié a su casa en Italia, con más de 15000 millas de mar encima.

No escuché de tripulaciones modernas deportivas que cumplan ritos o tradiciones. No es habitual.


LR: Qué ritos respetás vos personalmente cuando estás abordo?

RC: Uno solo, muy personal, que lo hago sistemáticamente todas las albas. Me agrada hacerle el café a Filippo, mi amigo y capitán. Hace poco más de 30000 millas y 10 años que navegamos juntos. Pasamos mucho juntos. Soy su segundo y seguiré siéndolo mientras pueda. No importa el frío, el viento, la escora. Si está al timón, recibirá su café al amanecer. Negro, no muy fuerte, con dos de azúcar y 3 bizcochos, que no son cualesquiera. Nos entendemos con la mirada y él sabe qué significa ese detalle. Sé qué jarrito usa y por qué. Me encargo de que siga vivo durante los miles de millas que hemos compartido. Se lo cuido especialmente porque no es reemplazable. A cambio, él cocina para mí muchas más veces de las que yo le hago el café: dos por día y yo una.

Hago buen negocio con mi CapiTano.


LR: Sos supersticioso?

RC: Cruz diablo!!!