DONDE ESTA?

EL FARERO

Historias con nombre y apellido

EL HOMBRE QUE HABLA DE LOS FAROS COMO SI FUERAN OJOS DE MUJER


Alejandra Rey 


LA NACION

Sábado 3 de julio de 2010

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1281196&origen=NLTitu


Lo notable de Juan Carlos Nicolau es todo lo que calla. Lo encantador, lo que cuenta. Lo sorprendente, el modo. Habla de los faros como si fueran los ojos de una mujer hermosa, viva, presente, pero inabordable. Se refiere a los destellos que iluminan la costa argentina como si repasara con suaves dedos de amante los accidentes del rostro de un ser amado.

Es fascinante escucharlo hablar de los faros, de los 63 que hay en todo el país, de su experiencia arreglándolos, subiéndose con poca red hasta la médula de luz... Pero también es bonito prestar oídos al relato que hace sobre otro de los placeres con los que sorprende: las motos, la velocidad.

Es como si tuviera dos vidas este hombre: el uniforme de marino con charreteras e hilos dorados de día; campera negra, jeans, botas y casco a partir del ocaso o los fines de semana. Porque Juan Carlos Nicolau, capitán de navío y jefe del Servicio de Hidrografía Naval, que depende del Ministerio de Defensa, tiene un currículum extensísimo, está casado, tiene tres hijos, es buzo táctico, navegó por todos lados y durante muchos años su desempeño más querido fue curar las enfermedades de los faros, esas torres enigmáticas que marcan confines, peligros, soledad y algo de vida cercana.

Y para eso, cuando fue nombrado al frente del Departamento de Balizamiento, primero decidió visitar todas las señales luminosas que hay a lo largo de 4000 kilómetros de costa y, sencillamente, se enamoró. "Es que la pregunta que a todos nos queda dando vueltas cuando hablamos de faros es qué pasa adentro de la torre, qué ocurre en esa intimidad. Hay mucha mística y, aunque los navegantes tienen adelantos tecnológicos como el GPS, programas de computación especializados, cartas náuticas perfectas, el faro es la cosa física que te indica finalmente que estás acá y no en otro lado, es como estar en casa."

Nicolau, hombre alto y corpulento, despliega sobre la mesa burocrática de su despacho un enorme mapa de toda la costa argentina, prende un cigarrillo, usa un par de pisapapeles para que la lámina no se enrolle y nos sumerge en el inclasificable mundo de las señales.

"¿Vos querés saber para qué sirven los faros? Eso te lo puede explicar bien el que navega. Los faros están ahí y te resuelven todas las incógnitas que tenés cuando estás en el agua, te saca las dudas, te alivia. En la carta están marcados, pero cuando vos venís navegando por mucho tiempo sin ver costa, vislumbrar el destello es inconmensurable, es... qué se yo...".

Y marca la costa argentina con el dedo. Y cuenta todo lo que sabe, aunque calla, sabemos que calla todo eso del misticismo que él siente que encierran los faros. "No lo digo mucho porque hace mucho tiempo se lo mencioné a una periodista y ella me respondió: «Acá no hablamos de religión»", ironiza, mientras esta cronista ríe a carcajadas. Y remata: "Eras vos, ¿no te acordás?"

* * *

¿Sabrá este hombre que los faros tienen tanto misterio como las casas embrujadas? No se lo preguntamos, porque la emoción que pone en el relato hace pensar que Nicolau es víctima del influjo impiadoso de esas luces de la costa. Y explica que hay 63 faros en servicio en el país, que en la ciudad de Buenos Aires no hay ninguno, que sólo 13 están habitados, uno solo tiene ascensor, otro es hotel, otro está en la cúpula de una iglesia y el más popular, el de San Juan del Salvamento, el que inspiró a Julio Verne para su libro, el faro del fin del mundo, está tapado de nubes y por eso se lo declaró monumento histórico y se lo reemplazó por el de Año Nuevo, inaugurado en 1902.

Porque en esas lejanías, para cualquier navegante, divisar un faro era algo parecido a salvar la vida: son aguas bravas, aguas que no perdonan y las nubes al cubrir el destello es el enemigo declarado. "Mirá lo importante que serán los faros que, a pesar de la tecnología, los navegantes siguen escribiendo en la bitácora el avistamiento de esas torres".

Nicolau, el marino, no el motoquero, declara que la vida del torrero, el hombre que cuida la edificaciones de un faro, es literalmente fascinante. Son hombres solos, reservados, educadísimos, que cultivan la tierra que rodea el edificio, porque pasan días sin que puedan ir al pueblo más cercano y se transforman en raros personajes cuando la luz no prende o el generador hace sonidos no habituales.

"Vos podés estár comiendo con ellos y de pronto los ves levantarse y decir «algo pasa» y van hasta la fuente de luz o hasta los motores que alimentan de energía y ponen el oído como si auscultaran a su propio hijo."

La especialidad de torrero fue la primera que tuvo la Armada Argentina y los sigue formando hasta la fecha. Son hombres (no hay mujeres a cargo de faros) que manejan elementos de cierta complejidad y que deben arreglarse con lo que tienen.

"Mirá -dice Nicolau-, un torrero tiene muy pocas emergencias y lo peor que le puede pasar es que no encienda la luz. O que les roben. Porque ocurre que los turistas se llevan todo, especialmente en aquellos faros que no están habitados, que no tienen teléfono y que funcionan con combustible."

Lo que calla este hombre, veterano de la Guerra de Malvinas, es el terror que habita en cada hombre dedicado a los faros: que se apague. No cuenta si alguna vez sucedió y prefiere caminar a grandes pasos por su despacho, mientras cuenta anécdotas, como que sólo en 2003 comenzaron a electrificarse, que no todos los torreros tienen movilidad y que los aparatos eléctricos se prenden al mediodía: ante todo está en silencio, excepto las radios de pila, no hay freezer, microondas, heladera, ni lavarropas, nada, el silencio y el mar.

"Cuando fui a la repartición entré en estado de shock porque tenía a mi cargo 600 señales náuticas, hombres, vehículos, etc., entonces me propuse conocer todos los faros para ver de qué estábamos hablando. Pensá que un torrero tiene que saber de electricidad, carpintería, mecánica. Me acuerdo que la primera semana me sentía perdido y más cuando me empezaban a pedir lámparas para el San Jorge, pintura para el San Sebastián. Y ahí me enteré de que el primer faro fue un pontón llamado Manuelita, que se lo llevó un temporal. Luego vino el de la isla Martín García, de 1879 y el de San Juan del Salvamento, de 1884, el de Verne, aunque el tipo nunca lo vio, pero lo dibujó igualito en su libro", cuenta.

* * *

Entonces se fue a la aventura, a recorrer faro a faro. Y encontró que el más fascinante es el de la Antártida y nunca dejó de pensar en eso, porque según sus propias palabras, "después de la Antártida viene la luna". Se dio cuenta de que la vida de los faros estaba directamente asociada a las necesidades básicas de los pueblos costeros: telégrafo, correo, aljibe para almacenar agua, cisterna para el combustible, línea telefónica (con mucho viento a favor), radio y hasta el cementerio, de modo que la vida cerca de la barranca (las señales luminosas están en altura) era muy intensa.

Quien prendía y apagaba la luz en medio de esa nada se codeaba diariamente con los seres más imprescindibles de la comarca: el telegrafista, por ejemplo, el cartero y quien daba sepultura a las pocas almas cercanas. Porque, recordemos, en la larguísima costa argentina los pueblos reunían a muy poca gente y había que andar cientos de kilómetros para decir buenos días a otro humano.

"Los torreros tenían su casa al lado del faro y trabajaban a contramano de los demás, porque lo hacían de noche. Pensá que no eran eléctricos, que se alimentaban a gas acetileno; las ópticas se compraban en Europa, venían de Suecia y, para no depender tanto del exterior, la marina puso una fábrica de gas acetileno. Cuando alguno de ellos pedía repuestos había que llevárselos a la brevedad y la gente del pueblo tenía la oportunidad de aprovechar ese viaje para alguna diligencia. Lo que quiero decirte es que los faros no sólo son importantes para los navegantes."

-¿Cuál es el faro que más le gusta?

-Todos son bellos. A mí, particularmente, me encanta el Querandí, el de Cabo Blanco, en Puerto Deseado, y el de Cabo Vírgenes: está en el estrecho de Magallanes y ves del otro lado, es fantástico.

Nicolau dice que los faros son obras de arte, que todavía conservan muebles antiquísimos, que casi todos conservan el espacio donde estaba la huerta, el gallinero, los corrales donde estaban los caballos, único medio de transporte desde el lejano pueblo hasta el faro...

-¡Qué soledad, por Dios!

-Y sí, es un mundo extraño. Si el farero se va a vivir ahí con la mujer y la familia y no se llevan bien, es tremendo; por eso digo que los torreros son especiales, tienen una educación que no ves en otros lados y así como los ves tranquilos, mesurados, si al faro le pasa algo, se convierten en spiderman , se transforman y jamás permiten que deje de funcionar.

Como él, que se colgó a arreglar uno, a pintar en altura, atado a un arnés, en peligro, en medio de un viento manejado por el mismo diablo. "Fue espectacular", ríe...

Imaginamos entonces las anécdotas que tendrá para contar este hombre de mar y que calla, porque es un caballero, pero algo dice: hubo un torrero misteriosamente muerto en la Isla Observatorio y fue enterrado allí, pero nadie sabe dónde. Dice más: que el faro de Año Nuevo fue algo así como el "Cabo Cañaveral de la época", porque era el paso a la Antártida en esa desolación que es el mar del Sur; que todos los faros metálicos se los compraron al constructor de la torre Eiffel y que el más difícil de arreglar fue el Recalada, en Bahía Blanca, que tiene 74 metros.

Nicolau recuerda el viaje que hicieron a la Isla Observatorio para reparar el faro. Se prepararon durante mucho tiempo, tenían todo a bordo, hicieron el viaje, pero cuando llegaron se dieron cuenta de que al vidrio que tenían que instalar le faltaba un centímetro.

"Las cosas que he visto fabricar son incontables, porque hay que solucionar el problema en ese momento y como se pueda porque por ahí no volvés hasta el año siguiente. Una vez se llegó a fabricar un pico de bronce, porque habíamos llevado un termotanque y, cuando lo sacamos de la caja, le faltaba el pico. Y nos las ingeniamos, lo instalamos y anduvo", se ríe.

-Perdone que le haga una pregunta tan pueril: ¿las lámparas de los faros se queman?

-Sí, claro que se queman, pero cuando una se apaga se prende la otra.

No nos animamos a preguntarle si alguno de los faros tiene ascensor, pero como si leyera la mente, acota: "San Antonio, el de las termas marinas, acá, en la costa atlántica, tiene elevador, es el único y el de Punta Delgada, cerca de Madryn, es hotel, el único que hay en el país".

-¿Y lo de las motos cómo surgió? Por que usted es un motoquero, ¿no?

-(Se ríe a carcajadas) La cosa es así. A los 12 años lo convencí a mi tío para que me diera una Siam 48, a pedales, a cambio de arreglarla. Y la hice andar. A los 14 me compré una Gillera de 1956, mucho más tarde pasé a un Honda 400... Hace pocos años me saqué un crédito y me compré una BMW 1000, que todavía estoy pagando, y me voy de viaje cada vez que puedo con mi mujer, con amigos. Es una cosa inexplicable. Yo tengo pasión por las motos.

Sin embargo, se niega a fotografiarse sobre una moto porque, a pesar de su rebeldía, este hombre pertenece a la Armada y como tal, tiene que guardar las formas.

Por eso calla. Calla la intimidad de los hombres que manejan los faros, la cotidianidad del cambio de humor cuando algo falla, los trucos para paliar la soledad; calla lo que encontró en su viaje por todos los faros del país. Calla. Pero es un placer escucharlo cuando habla.

EL PERSONAJE

Juan Carlos Nicolau

Quién es : nació en la ciudad de Mar del Plata el 3 de marzo de 1957. Está casado y tiene tres hijos: dos varones y una mujer. Los varones son marinos como él. En 1982, durante la Guerra de Malvinas, formó parte de la tripulación del portaaviones ARA 25 de Mayo, como jefe del Detall de Armamento. Es buzo táctico y fue comandante del buque hidrográfico ARA Comodoro Rivadavia. Actualmente es el jefe del Servicio de Hidrografía Naval. Su otra pasión son las motocicletas.


7 comentarios:

Horacio dijo...

Que loco! Casualmente navegue con el hijo!

la recalada dijo...

Qué linda historia, no es cierto? El hijo no le había contado sobre esta fantástica actividad de su padre?

Horacio dijo...

No porque en ese momento no era Jefe del Servicio de Hidrografía Naval, creo que estaba en la APBT(Agrupación Buzos Tácticos)
Saludos

Anónimo dijo...

muy bueno, muy interesante.
Conozco varios y todos tienen un atractivo especial.

Felicito por el aporte.

Gabriel.

la recalada dijo...

Gracias Gabriel, sólo transcribimos este hermoso artículo que salió en la Nación para que lo conozcan más nautas.

Anónimo dijo...

En Buenos Aires se halla reactivado el faro del Barolo. Excelente.

la recalada dijo...

Gracias!