Compañeros de cubierta, compañeras, desamparados, oprimidos y demás: hace unos días, buscando nada en particular encontré un tesoro, una reliquia, un documento que tiene más años que muchos de quienes circulan por esta cubierta, treinta y cinco para ser más preciso.
Cuando lo vi, brotó alguna que otra lagrimilla. Es que vinieron a mí en forma de catarata, muchísimas imágenes y recuerdos.
Aprendí que podía cruzar la avenida zigzagueando autos, pero que con el río no se jodía. A valerme por mí mismo, a tomar decisiones, a que en el barco, sólo estaba yo.
Lo mejor que me pudo haber pasado, fue aprender a navegar, a llevar el barco, escorarlo, aprovechar las empopadas para achicar, tumbarlo cuando hacía calor y sacarlo a flote de vuelta. Me acuerdo que el instructor lo primero que nos había enseñado, era justamente a tumbarlo, para sacarnos el miedo y para que nos diéramos cuenta que una tumbada era sólo eso. También me acuerdo de las broncas porque había algún barco más rápido que el mío o que alguno lo sabía llevar más rápido que yo. Las broncas también de quedarme sin navegar porque durante la semana no había sido buen hijo o buen alumno. Siempre el castigo venía por ese lado. Preparar el barco desde cero, era toda una ceremonia y trataba de hacerlo lo más rápido y mejor posible para que fuera el primero en tocar el agua y empezar a hacer bordes en el espejo de agua.
El viaje de instrucción fue un largo borde en el Fortuna, qué momento de éxtasis, nave tan majestuosa. El examen fue una papa, pan comido con manteca y dulce de leche. Tanto sabía, de nomenclatura, maniobras y todo lo que me pidieran.
Fue mi primera categoría como timonel, después vendrían otras y en cada una, toda mi pasión.
No prendió en mis hijos, debe ser porque ellos tuvieron la suerte de nacer prácticamente a bordo y lo viven como algo natural y no como algo especial y único como yo lo sentía.
Ahora que vuelvo a leer estas líneas, me vuelvo a preguntar por qué no me sacaban otra cosa como castigo, en lugar de la navegación de los fines de semana. Eso sí que era injusto.
La gran contra de las pasiones, en este caso la navegación desde tiempos tempranos, es que siempre me atacaban por ese lado. Que si no comía, me quedaba sin navegar, que si me iba mal en el colegio, lo mismo, que si contestaba mal, también. Andaba derechito porque si dejaba de navegar se armaba.
La categoría "tero", recordará algún navegante de mis años, era de un barco tripulado por dos chicos y se alternaba con la de optimist.
Recuerdo que para esa fecha, el optimist era una novedad y casi como que lo estrenábamos. El optimist estaba hecho en madera y navegaba muy lindo a comparación del querido Tero.
Yo era así nomás, serio y concentrado. Si había algo que no me quería mandar alguna macana, era con el barco. Tener la confianza de mi instructor, era todo para mí.
Ahora, el certificado de estudios, no tengo idea dónde está pero mi primer carnet de timonel está bien a resguardo.
1 comentario:
Que grande Jose!!
yo no quiero ni ver fotos viejas, es demasiado emotivo
Saludos
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