DONDE ESTA?

BUSCANDO AL FOURNIER


CUANDO BUSCABAMOS AL “FOURNIER”

Folletín Náutico en Cinco Entregas

Por el Capitán de Navío Juan Carlos Sidders


PRIMERA ENTREGA

Hoy, casi treinta años después de lo sucedido, tengo circunstancialmente ante mí el Diario de Navegación del Rastreador “SPIRO”, escrito durante la búsqueda del “FOURNIER” perdido en el sur. Yo era entonces su Jefe de Navegación, y la contemplación de esa, mi propia letra, en aquel viejo libro, reverdece hechos y emociones que creía olvidados; recuerdos de una época en que nuestra soberanía se nutría del pequeño heroísmo cotidiano con que hombres y mujeres, abnegadamente entusiastas, sobrevivían en aquella inmensidad que para muchos solo era una leyenda; recuerdos bañados por una luz fría, pálida, triste, de la que el alma angustiada se defendía con asociaciones espontáneas de fuego y calor; recuerdos de un paisaje abrumado por la tremenda energía, contenida y amenazante, en inestable equilibrio entre la calma opresiva y el cataclismo inminente.

El cine en colores y la pantalla gigante muestran hoy aquellos parajes y sus secretos abismos; sin embargo, lo que la fotografía y el cine documental no pueden decir, es qué sentíamos nosotros entonces, frente a aquel salvaje escenario desolado y desconocido, librados a nuestra propia suerte, prácticamente incomunicados y sin apoyo, confiados a precarios medios de navegación en aguas peligrosas, donde patéticos relatos de muerte y naufragios decían que la supervivencia era solo una ilusión. Aquella fue una época de transición en que el escorbuto sonaba a arcaísmo y la niebla y el viento parecían superados por la máquina y el radar; pero sin embargo, las encías aún sangraban, la máquina podía fallar y el radar, elemental e inseguro, de pronto nos dejaba sumidos en una blancura tan opaca como la niebla circundante.

Ushuaia

Presidida por la modesta casa de la Gobernación y su muelle, la ciudad de Ushuaia era por entonces un humilde caserío de madera y chapas, recostado en las limpias aguas de la bahía inmóvil. Los vidrios de las pequeñas ventanas cerradas brillaban con esos destellos que la luz fría arranca de las cosas humedecidas por la escarcha; en las chimeneas, un humo perezoso esparcía el olor de la leña quemada en las salamandras; el barro de las calles y el blanco de los faldeos recordaban la reciente nevada. Un silencio audible, solo interrumpido por el seco graznido de las gaviotas, era el fondo musical de aquella soledad tremenda donde, iluminados por el ojo bíblico de un sol acuoso entre amenazantes nubes negras, los helados picos andinos prolongaban las almenas de la Prisión siniestra.

La salvaje grandiosidad wagneriana de aquel lugar inducía la sensación angustiosa de que allí el mundo aún no había terminado de formarse y, en cualquier momento, un tremendo sacudón volvería a poner en marcha aquel génesis detenido.

Todo era lejano entonces. Al frente, el Beagle difuso como un boceto apenas sugerido por espejeantes pinceladas de luz entre negras sombras de montañas aplastadas por nubes pesadas, obscuras e inmóviles; detrás, las cumbres amenazantes con sus peligrosos pasos llenos de neblina y misterio. Pero la tremenda quietud no era absoluta; como nuevo Holandés Errante, purgando su culpa por supuestas evasiones, homicidios y otros delitos, la goleta “LOBERA” vagaba huidiza entre las brumas con su carga de leyenda y realidad.

A este lugar llegaban nuestros pequeños buques, muchas veces de noche, cuando la baliza del muelle era la única luz viviente en aquella población dormida. Traían un aura de noticias y buscaban el calor comprensivo de aquellos hogares que sabían de las penurias sufridas para llegar hasta allí. Nuestra misión era patrullar las costas hasta los profundos fiordos de la Isla De Los Estados, donde, próximo a San Juan de Salvamento, “el faro del fin del mundo”, aún quedaban los restos del antiguo cementerio abandonado; para aquellos leñadores, cazadores y buscadores de oro, incomunicados entre sí en la soledad de sus cabañas, las periódicas visitas del buque eran su único apoyo.

Las diversiones entonces no eran muchas. Exceptuados algunos estancieros enclaustrados en sus feudos, unos pocos comerciantes y algunos ex presidiarios que, cumplida su condena, prefirieron quedarse allí ejerciendo algún oficio, el grupo social se reducía a oficiales de marina y funcionarios de la Gobernación con sus familias; no existían lugares donde “salir”, excepto un cine precario que pasaba viejas películas, siempre inconclusas ya que, si no se cortaban o quemaban, había un apagón o, simplemente, por ser muy tarde, la usina interrumpía sus servicios hasta el día siguiente y los asistentes debían regresar a sus casas a la luz de sus linternas. De esta forma, las amables tertulias a bordo, en las que todos lucíamos nuestras mejores galas, eran un momento esperado.

Por entonces, sin embargo, comenzaban a aparecer las primeras manifestaciones del progreso. En La Misión se había inaugurado la Estación Aeronaval y, camino a ella, se construían las nuevas casas del “villagio” para los italianos inmigrantes de la postguerra. Cerca de la Gobernación, a una cuadra de la costa, abría su puerta el Kuanip-Club, una barraca abrigada llena de humo y parroquianos que bebían y jugaban al billar o al ping-pong, y donde lo más divertido era precisamente la puerta, en cuyo umbral congelado muchos patinaban al salir, iniciando un enloquecido “slalom” hacia el mar, cuesta abajo, gesticulando como desesperadas marionetas para abrazarse en la esquina al poste de luz salvador cuya oscilante lamparita mostraba la fría alternativa del mar. Por último, otra gran diversión, aunque no siempre posible, era ir de noche con faroles a patinar en la laguna congelada.

Esta era la Ushuaia de entonces. El avión traería grandes cambios, pero por esos días el “Rastreador de Estación” todavía era un símbolo de la época.

.... CONTINÚA


4 comentarios:

Ushuaia-Info dijo...

Excelente crónica sobre la Ushuaia de antaño !

Anónimo dijo...

Cuesta, ahora, imaginar como debe haber sido por entonces. Guapos de verdad había que ser para navegar por el sur en esas condiciones.

la recalada dijo...

Ushuaia, Anónimo, gracias por comentar. No se pierdan los próximos capítulos de esta interesantísima saga!

la recalada dijo...

Agregaría que para navegar por nuestro sur, aun hoy, hace falta guapeza. Pero bien vale las penas!