DONDE ESTA?

NO SE OLVIDEN DE MI


por Jorge Kohen
ABRIL DEL 2010

1.-
El sector donde tenía que buscar, estaba al borde de unos médanos, muy cerca de la playa, unas matas de tamariscos secos, raídos, pero firmes protegían de las brisas y los vientos del sudeste. El lugar no podía ser más relajado y sugerente, la tarde se escurría, era el momento de empezar. Un farol me acompañaba por si oscurecía, estábamos en invierno, por la hora, tenía tiempo.
Con los datos que me dio Ramón, ahora trabajando de puestero en Trenque Lauquen no le podía errar. Estaba entusiasmado.
El me dijo: Siguiendo la calle que llega a los médanos y donde se corta con la que bordea la playa, vas ha encontrar la tapa de una cámara, de esa tapa a cuarenta y ocho metros esta la zanja y dos metros hacia la izquierda mirando el mar el lugar que tenés para buscar.
Y me dio el porqué de tanta precisión. Desde el medio de la calle paralela al mar, donde estaba la cámara, había cincuenta metros hasta una zanja que tuvieron que hacer para el tendido de una cañería de agua que abastecía a los chiringuitos de la playa.
Cuando hicieron la zanja empezaron mal, habían marcado con la cinta del capataz.
A la cinta del capataz le faltaban dos metros, que se le habían roto de pisotones y torcidas, pero como le tenía mucho cariño -era una cinta inglesa que le había regalado su tío- la conservaba, teniendo siempre la precaución de agregar dos metros a cada medida.
Era fácil, si tenían que medir ocho el tenía que clavar la estaca o la marca en los diez, si eran doce, marcaba a los catorce y así , pero cuando marcaron con Ramón no iba el capataz, sino el que le seguía, se llamaba Sergio, un muchacho voluntarioso, movedizo y siempre apurado. Ese dato lo conocía, pero en el apuro no agregó los dos metros que faltaban, sino que marcó directo a los cuarenta y ocho y eran cincuenta y ahí empezó la zanja, de un metro de profundidad y del ancho mínimo que se pudiera cavar.
Ramón empezó con el entusiasmo de todos los principios, mientras Sergio fue por más gente. Cuando había hecho dos metros de zanja sintió que la pala golpeaba algo metálico, muy fuerte, otra punteada y las chispas explotaron en el pozo.
Un grito casi simultáneo se escuchó desde la esquina, ¡para! ¡para ! era Sergio, el corazón de Ramón se aceleró sintió hielo en la espalda, pensó que habían visto las chispas y adivinado su emoción y la sospecha de que algo valioso se encontraba bajo la arena.
- ¡Marqué mal! -gritó Sergio y el grupo avivo el paso.
Ramón suspiró de alivio y disimulando tapó con el pie y con arena, lo que había descubierto.

2.-
Los trabajos concluyeron, el tendido de la cañería se terminó, pero el pensamiento de Ramón quedó abierto al misterio. ¿Qué sería esa punta, imaginaba, algo redondeado, una esfera, un hierro doblado?
Había tomado una decisión, el sábado siguiente y antes de volver a la casa de sus padres en General Madariaga, iría al lugar, para ver de qué se trataba.
Se llevó un balde, una pala y un poste de metro y medio de largo, para cavar un pozo y colocar un cartel. No quería despertar sospechas.
El sábado llegó y estuvo muy temprano en el lugar, llevó la pala, el balde y el poste al que le había agregado una tabla con un dibujo de una curva a noventa grados. Si alguien se acercaba, él diría que como buen vecino quería indicar aquel cruce peligroso, sobre todo, para algunos cuatriciclos y bicicleta que se animaban a ir por la parte dura de la arena.
Inició el pozo. No había moros en la costa, se concentró al máximo, y en poco tiempo descubrió el misterio.
Una argolla pasaba por un grillete o arganeo en la cabeza de un ancla.
Un ancla de las que llaman de cepo, era la fortuna que estaba enterrada o enarenada en la playa. Ramón no sabía de nombres de anclas, pero yo que lo cuento sí.
Siguió el cepo, la chaveta y la bola: no había dudas, era un ancla completa y muy valiosa imposible de retirar en ese momento y menos aún sin despertar la curiosidad de los que ya empezaban a merodear la zona, para disfrutar de un nuevo día de playa.

3.-
Esos eran los preciados y precisos datos que tenía de Ramón.
Me los dio a mí, porque sabe de mi pasión por los barcos.
Somos compinches de muchos momentos y tengo crédito para gastar, por las manos que le di en changas y trabajos.
No era un tema de cuentas, pero pesaban muchas salvadas en feos momentos de Ramón.
El punto es que sabía que llevaba muchos años trabajando en el barco y de todas las fichas que le había puesto a ese sueño.
Ramón pensó enseguida en mí y en que pudiera necesitarla. Un ancla siempre es necesaria y nunca esta demás, no se cual será la cantidad que hay que tener, si dos o seis. Pero a bordo es un tripulante bienvenido. Y fui por ella.
Habían pasado varios meses y planificado el viaje.
Con esos datos, pala, farol por si oscurecía y con un frío que guardaba a los curiosos marqué, e inicié el trabajo. Un par de punteadas en un pequeño círculo de mas o menos un metro de diámetro dieron con el lugar preciso, luego fue una hora de trabajo para descubrir y desencajar el ancla. Tenía una emoción que siempre se tiene en el agua, al soltar amarras, dejando libre el barco, el alma inquietada, al ir por otras derrotas. Siempre pensamos cuando navegamos que estamos viviendo las horas mas justas, porque lo que nos dice nuestro círculo natural es siempre verdad y nuestras respuestas tienen que ver con ese código, lleno de conducta y sinceridad.
¡Esta vez libre!, lo gritaría en tierra. Las acciones que siguieron fueron: atarla con un cabo de fondeo, y moverla un poco, después de tantos años de espera.
Fui por el coche y atándola del cáncamo, fue fácil desprenderla de su cariñoso encierro. La subí, con bastante dificultad, pesaría unos cuarenta kilos.
Sólo un señor vio la movida y con buena voz me preguntó
- ¿Que encontró?
– Un ancla, le dije
– Que bueno! sonreía, ¿que va hacer…….. ¿va al jardín?
-¡Noo, tengo barco, va a seguir trabajando!
- ¡Que alegría ! ¡Vaya rápido... a ver si algún pelotudo la quiere llevar a la muni o algún museo!
Partí feliz, tranquilo, contento de lo hecho y del tesoro que llevaba.

4.-
Mi barco es un velero de doce metros, veloz y seguro. Mi próximo rumbo, la isla de Fernando de Noronha, en el Océano Atlántico, a 195 millas al este de Recife, Brasil.
La puesta a son de mar, tenía detalles pendientes, pero nada importante para no dormir. La maniobra, el motor, palo, jarcia, velas estaban pronto para la partida. Tenía cartas de toda la zona, compás, ecosondas y un GPS viejito pero confiable. Además de la lista interminable de vituallas.
Navegar para mí es, compartir el viaje con lo que pasa, sin muchos planes, vamos juntos con el tiempo. La inmensidad del mar, del cielo, de las costas. Esa es la atmósfera que se reúne alrededor del barco, es la base de la información.
Mirar, entrar al espacio protector del barco, de su cálida cabina. Ir a la carta marcar la posición, salir al copy, mirar, otear en derredor, volver y así un ida y vuelta permanente.
Atento a lo vivo, a lo vital.
Se que es así, porque así navegué muchas millas, las disfruté en mi soledad y con tripulación y en la vuelta, el puerto amigo que espera, para compartir la alegría del encuentro. El trofeo ganado a la derrota.

5.-
Ricardo que me había visitado en mi amarra de San Fernando, me trajo una lista de instrumentos para que pensara cuales podría llegar a necesitar y ver de que manera los instalábamos, para tener un viaje lo más seguro y comunicado posible.
Me dijo, los probás en la próxima salida, y después me decís. Con las últimas palabras me entregó para que fuera viendo, un paquete de catálogos y manuales. Sentí que me entregaban los programas de examen de una tediosa carrera, un expediente desarchivado después de mucho tiempo, sentí un peso, una dificultad a salvar, más que una ayuda.
¿Los tribunales arriba del barco? ¿La mesa examinadora ? Había que estudiar mucho, profundamente complicadas configuraciones, eran las sagradas escrituras de estos tiempos.
Antes de irse me dijo, anda viéndolo, yo después te explico, es fácil.
Yo cuento esto con ventaja, porque se lo que pasó, pero él lo decía estando seguro de que una vez que los usara no podría desprenderme de ellos.
Si los celulares y los teléfonos, los msn y el chat, los mails, o los satelitales, las epirb y los emisores de GPS, son cordones digitales, que te enredan, te atan de lo que te querés desprender. Si tan comunicado con los otros y los otros con vos queremos estar, no salgamos. No partamos.
Debemos quedarnos al lado de la mesita, con todos los aparatos para llamar, para que nos llamen, para ver y para vernos.
No te vayas. Irse es partir, alejarse, salirse. Vivir otro estado. No te vayas, no navegues, no te marches... No te apartes. Navegante.
Enchúfate a los manuales, prende tu llave, enciende el chipp turbo digital de tu cabeza, que por allí van los aires de estos tiempos. Ese es el cuadrante tecnológico que predomina, es constante y no baja su intensidad.

6.-
Ricardo se dio cuenta a mi vuelta, de que la prueba de mar se había hecho y muy bien hecha estaba, y que los manuales ni los había abierto, sin embargo volvía muy sonriente y relajado.
Inteligente y sensible, me abrazó y me dijo:
– Negro: ¡que tengas buenos vientos! En la semana paso a buscarlos. Se refería claro, al equipamiento electrónico y a los manuales.
Él estaba seguro que yo no entraría por esa puerta y yo estaba feliz de no hacerlo y de seguir interrogando al medio como si pudiera escrutar y encontrar alguna respuesta, sin tener certezas.
Es cierto que la aparatología es de precisión, pero si la vida y el devenir de los momentos no la tiene, para que la quiero en las isobatas, en los sexagesimales y en los hectopascales.
Quiero equivocarme para tener una bronca y acertar para tener una alegría.
El riesgo y lo imprevisible son amigos de los sueños y lo inflexible deforma al espíritu y a la inspiración.
El ancla de Ramón estaba estivada.
Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.
Todo bien trincado, meses me llevaron “insonorizar”ª el barco de sus escondidos ruidos, en movimientos y pantocasos.
Mis ojos recorrían los tiempos y las imágenes pasadas, cada motón era un recuerdo, cada cabo una anécdota. Pero no era tiempo de nostalgia, sino de mirar hacia adelante y partir.
Hacia atrás quería ver una estela orgullosa, una última imagen de lo que se dejó bien hecho, no quiero telarañas virtuales que me sigan.
Corté el nudo, como era tradición. Le pegué a la última piedra de la banquina y partí.
No contaré en estas páginas los muchos años de navegación y los avatares de puertos y singladuras. Para ello están mis libros.
Quiero sí decirles que nunca me olvido de Ricardo y de sus premoniciones digitales, hoy totalmente confirmadas
Hacía varios años de mi partida cuando, sin imaginarlo, nos encontramos en un puerto de Brasil, cerca de Recife. Exagerados como somos, yo en mis reservas y el en su extroversión, estuvimos unas horas hablando, escuchándonos, y golpeándonos de cariño. Y claro, aparecido nuestro viejo entuerto sobre lo digital y lo menso digital de la navegación.
Fue firme y contundente.
- No te voy a contar nada, pero nada –me dijo. Seguro de que contaba con una carta imbatible.

7.-
-¿Cuantos días te quedas? Me preguntó.
- No tengo plan, le dije.
-Bien, en dos días salimos en mi barco y te muestro lo que tengo en mi mesa de navegación.
- De acuerdo.
Y quedo el compromiso de navegar juntos.
Tenía en su mesa de navegación digitalizada e interfaseada, un programa en 3D, con todas las opciones satelitales de información. Todo se veía tomado por satélite, en un plasma de alta definición: las playas, el agua, las islas por donde navegamos, todo estaba como cuando surgieron. La cantidad de datos que aparecían al toque de botón, era abrumadora.
Perfección total a la que ya me había desacostumbrado. Orden y refinamiento virtual. Sonido, color, zoom.
Tenía incorporado al programa una configuración, que representaba su barco, pero no era un punto o una marca, era su barco. Impecable, orzando, planeando, en aguas azules y verdes en medio de una flamante espuma blanca. Una navegación cinematográfica que era muy difícil de superar por la realidad misma y además, dentro de tu mismo barco.
Resumiendo lo que se hacía y por donde, se veía traducido a la exquisitez en la pantalla, informando en todo momento lo sucedido dentro y fuera de la embarcación.
Era raro vivir a través del plasma lo que pasaba, depurado por la digitalidad.
Si navegabas un rato por esos escenarios te empezaba a costar ver el mar, la costa y tu entorno, el estado en que estaba.
Sentí mi navegación como más rústica. Distinta, muy distinta. Yo me acercaba al deterioro del ambiente. El se alejaba y veía un mar inmaculado.
El barco navegaba a diez, doce nudos con viento de través.
Fondeamos en la costa de sotavento de la isla Coroa Vermelha.
Salí al copy y no sabía como habíamos llegado, pero estaba aturdido de ver en la pantalla una navegación astuta e ingeniosa disimulando la realidad.
La recalada con un fondeo desconocido para mi, fue perfecta. Un astuto injerto de giróscopo cruzado con GPS, sumado a unos pequeños motores omnidireccionales dejaron al barco clavado, sin “fondeo” .Se escuchaba de ves en cuando la acción de un motor para compensar la posición , igual que un timón automático.
Me pegó tanto cambio, a lo que conocía y sabía.
Destapemos un vino, le dije, es la única forma de solucionar estos anticipos.
Ricardo contestó con una bruta carcajada, como era su costumbre cuando ganaba.
Fue como un telón que cayó, una bisagra que separaba dos pasiones.
No iba a cambiar, vivía un momento épico y decisivo.
Definitivamente no quería nada de esos aparatos que alteraban, descomponían todo,
no eran de mis afectos, no me servían para mis sueños.
La fábula vira para ese lado, la mía para el otro.
La comida en el plato, el zapato en el pie, mis ojos en tus ojos. Eso es lo que me sirve.
Volví a mi barco y lo primero que hice fue abrir el tambucho de babor, donde estaba el ancla de cepo, el ancla de Ramón, con sus doscientos cincuenta años de espera. Quería tenerla y fondear con ella. Que hiciera cabeza, que sintiera su trabajo.
Saqué los cabos, levanté el ancla y me abrumó e inquietó un pensamiento : “No te olvides de mí,” una y otra vez… No te olvides de mí. Fue como si se disipara la niebla y en segundos surgiera todo lo nuevo, nítido, trasparente, verdadero.
Mi padre también me dejo escrita esa frase: No te olvides de mi. Fue un pensamiento abarcador, un sentimiento atolondrado, que nublaba mis decisiones y juicio, no podía pensar con claridad, tenía una verdad sustancial y esencial en mis manos. Que es lo mismo que decir en mi vida.
¿Olvidarme? ¿Olvidarme de mi padre ?, ¿olvidarme de mis anclas ? ¿olvidarme de la desmesura y de la esencia ? `¿de las lágrimas que queman, de la verdad ?
Solté amarras, y partí.
Volví a pensar en Ramón, y en mucha gente que conozco.
Mirando la proa vi el mundo que me tocó, el mundo que quería ver y que me veía frente a frente. Y no me olvidé.

4 comentarios:

hugow dijo...

Mucho Jorge...!!! Creo haberlo leído pero lo mismo me causó la misma emoción del recuerdo.
Un abrazo.

HWB.-

la recalada dijo...

Hermoso relato realmente, muy emotivo. Gracias por comentar Hugo!

Anónimo dijo...

Muy buen relato, apasionante.

Gabriel

la recalada dijo...

Una alegría que lo hayas disfrutado Gabriel, gracias por comentar!