DONDE ESTA?

EL DELFIN



por Alita Wexler

(Publicado en Timoneles y 

en la página de Pepe Fuera de Borda)




Dicen que lo vieron por Fortaleza.

Dicen que está preso en Hout Bay.

Dicen que volvió al Río pero que ya no se deja ver.

Que murió de una cuchillada en una pelea de bar. Y de un infarto en la cama de una ramera de Gibraltar.

Yo sé que mi vida no es la misma desde que se fue.

Mi vida no fue la misma desde que lo conocí. Desde aquel día en lo de José, en esa desmesurada fiesta en la que no faltaba nadie, ni siquiera él.

José me lo presentó y en el acto lo olvidé para seguir dando vueltas por el salón en busca de otros puertos más interesantes en que recalar.

Jamás me habría fijado en alguien como él. El pelo negro ensortijado y largo recogido detrás de las orejas dejando ver un único aro de oro del tamaño de una moneda. Negra la barba recortada. Negros los ojos. Sombría la mirada. Negro el corazón. Tenso en el bíceps el tatuaje de un ala negra de águila real.

Jamás me habría fijado siquiera, pero él me eligió. Me observó, me estudió, me siguió, me persiguió, me cercó como un águila real a su presa indefensa. 

Jamás me habría fijado y sin embargo …

 

Navegamos proa al norte con la genoa y toda la mayor, con las escotitas abiertas para recibir desde el sudeste una brisa leve pero bastante para desplazarnos con ese ronroneo sibilante que sólo un velero en agua salada puede dar. La onda amplia nos va empujando con suavidad.

La luna llena refleja en la camisa blanca, muy blanca contra la piel oscura. Morenos los dedos gruesos aferran la rueda del timón. Tensa como siempre en el bíceps el ala negra. Cada tanto una ola nos alcanza y rompe delicadamente en el cockpit salpicando los morenos pies. Va descalzo. Yo también. Vamos descalzos los dos, mis pies pálidos y pequeños casi helados junto a los de él, un escalofrío me invade con cada oleada de espuma que embarca por la popa del 36 pies. Es fresca la noche estival.

Hace muchas horas que zarpamos de nuestra última escala, el puerto de Mar del Plata. Atrás quedaron las escolleras, la playa Grande, la Perla, el Torreón. Ya atravesamos la Canaleta, el ruido de las rompientes también quedó atrás.

Adelante, nos espera el Río con su ola corta y desconforme, su costa siempre a la vista, las luces, el calor.

Estamos atravesando la bahía de Samborombón. A nuestro alrededor, sólo agua, luna y un tardío delfín que dibuja su lomo en verde limón al rozar las noctilucas para acercarse a curiosear. Nos viene siguiendo desde Quequén. Será el mismo? Parece que no se quiere ir. Nos cruza la proa, se nos pone a la par a estribor. Asoma la nariz por popa y se zambulle hacia babor. La línea fluorescente verde limón de su lomo va y viene dibujando rombos incesantes a nuestro alrededor.

Adelante, cada vez más cerca, nos esperan otra vez rumores, malicias, envidias, codicias.

No codiciarás la mujer de tu prójimo, le dice la Biblia a él. Y ella? Está bien que codicie el hombre de su próxima? Acaso está bien?

Adelante, cada vez más cerca, nos espera el Río. Y en algún muelle de San Fernando…

La proa corta el agua en dos bigotes fosforescentes. De la cabina llega la voz de Aute cantando que me quiere con alevosía.

 

Con alevosía lo quise yo.

Poco me importó lo que el Río decía de él. De nosotros. De mí.

Cómo le podía explicar al Río que éramos dos mundos en fusión incandescente.

Que yo nunca había navegado y ahora vivía en el barco con él, de puerto en puerto, de río en mar.

Que una noche, le puse un par de zapatos y lo llevé al Colón. Que era Norma, de Bellini. Que en la Casta Diva, lloró.

Que compartíamos a Sabina, a Chopin y a Falú. Que le bailaba flamenco zapateando sobre la cubierta de acero mientras él hacía palmas riéndose a carcajadas de puro placer. Que me contaba historias de ultramar, de calamares gigantes, luces de San Telmo, ballenas blancas y el leviatán. Que yo le recitaba a Whitman, a Vallejo, a Darío y a Patxi Andion y él me enseñaba a disfrutar la gloria de Maradó. Que comimos corvina recién pescada desde Necochea hasta Angra dos Reis. Que tomábamos cerveza helada en aguas cálidas y sopa y vino en las aguas del sur.

Y nos amábamos como conejos en la conejera de popa y como gaviotas en la cubierta, al sol.

Y que en los puertos lo odiaba cuando volvía con olor a otra y lloraba cuando marchaba dejándome sola con mi desazón.

Y que era feliz. Que la vida se había convertido en una copa de agua fresca y yo venía de morir de sed.

Poco me importó si tenía que pagar por ello. Era tan poco por tanto que me daba él.

Poco me importaron las botellas de ginebra, tequila y whisky desparramadas vacías aquí y allá.

Poco me importó su mano fuerte apretada en mi nuca golpeando mi cabeza contra un mamparo de cuando en vez. 

Así era él.

Que digan. Que hablen. Qué saben?

Sólo yo lo puedo entender. Lo comprendo. Lo decodifico. Lo abarco. Lo contengo. Como un cáliz a la sangre del cristo. Y él me ocupa, me llena, me define, me activa. Como un hombre a una mujer.

Si dicen borracho, yo digo que se pongan de pie.

Si dicen violencia, yo digo pasión.

Y digo que él es mío, que es mi hombre y yo su mujer!

Podrá ella con todo esto? … no va a poder!

 

El delfín tardío viene navegando a la par por estribor desde hace un rato largo ya. Yo creo que eligió finalmente la banda de barlovento porque es la que ilumina la luna y refresca la brisa. No distinguimos su cuerpo, pero la línea fluorescente se dibuja intermitente y constante como un pespunte en el ruedo del mar. El se inclina y le habla. Se entiende con los animales marinos. Los quiere. Lo quieren. Siempre tenemos algún lobito sobre cubierta, alguna tonina retozando cerca, cardúmenes de pejerreyes o anchoas arracimados contra el casco. A veces un pequeño tiburón.

El delfín no es la excepción. Ahí están, conversando los dos. De qué se hablarán?  El se inclina sobre el guardamancebo hasta que su cabeza queda a distancia de secreto con la del delfín. No le está hablando de mí. No haría falta acercarse tanto para hablar de mí.  Miro mis pálidos pies helados que soportan todo sólo por él. Miro mis manos ayer suaves y finas, hoy nudosas y ásperas. Quiero leer en mi corazón y encuentro un pozo oscuro. La brisa me llama a la realidad rozando mi mejilla con un mechón de pelo pajizo para contarme parte del secreto y suena un nombre de mujer. No es el mío.

Debo confesar que lo supe antes de zarpar.

Supe que mis días estaban contados. Que nuestra escapada sólo me estaba comprando un agónico tiempo más. Que, entusiasmados por la travesía más que por nosotros dos, partiríamos entre gallos y medianoche justo cuando el Río se iba a dormir. Que navegaríamos largas singladuras sin descansar. Que entraríamos en Mar del Plata y luego en Quequén. Nos reaprovisionaríamos en Madryn, donde el viento casi nos impediría entrar a puerto. Que en el Náutico de Comodoro nos agasajarían con un corderito asado rociado con un buen tinto de Chubut. Y que en el Puerto de Ushuaia habría una amarra libre para nosotros dos. Que nos encontraríamos con Gerry que nos llevaría con su perro en su 4x4 a cazar perdiz. Que en el Beagle perderíamos nuestros vasos de vino en una repentina escorada azotados por el willy waw. Que en Puerto Almanza fondearíamos en una caleta y llegaríamos con el dinghy hasta la costa donde se despeñaría un toro mientras juntábamos leña para asar la perdiz. Y en Puerto Williams le cambiaríamos a los pescadores un balde de centollas vivas por un par de vinos de tetrabrik y nos tomaríamos unos piscos en el boliche del puerto con los brasileros que venían de tan lejos y con los noruegos, de más lejos aún. Que Harberton sería un remanso para descansar. Que el Faro del Fin del Mundo nos esperaba con tempestad. Que recalaríamos de regreso otra vez en Comodoro y Quequén y Mar del Plata y que toda la costa atlántica nos vería pasar. Y que ese sería nuestro canto del cisne. Ya lo supe yo antes de zarpar.

Y él se lo está contando ahora al delfín. Le está contando de cuando llegue otra vez al Río. De un encuentro en algún muelle de San Fernando. De una cabellera sedosa y unas manos suaves y finas. De unos pies calzados en provocativos tacos altísimos. De la frescura en la piel. De la inocencia en el alma. De diez años menos en el cuerpo y en el corazón.

No le está hablando de mí.

El delfín tardío se va alejando despacio y él se inclina cada vez más. Queda colgado del guardamancebo como un acróbata acostado de vientre en la cuerda floja. Quiere asir al delfín que se le escapa haciendo graciosos dibujos verde limón alrededor de sus manos, jugando con él pero sin dejarse atrapar.

Ella nunca podrá entender su lenguaje animal.

Ella nunca lo podrá contener. Nunca lo podrá abarcar.

El es mío.

En este momento decido que siempre lo será.

El delfín se aleja definitivamente hacia el este espantado por el chapuzón. Un desborde de espuma fluorescente señaliza el lugar del chapoteo desesperado e hipnotiza mis ojos que miran fijo pero sin ver. Estoy congelada en una toma cinematográfica final con las manos nudosas aferradas al guardamancebo, justo donde antes se acostaba él.

Desvanecida la espuma, me parece ver la línea verde limón de un lomo desplazándose hacia el este por la estela que dejó el delfín… No estoy segura… Puede ser mi imaginación … Aquí abajo se apagó toda actividad…

Pasados unos minutos, la oscuridad es total. La luna desaparece. Ningún lomo fluorescente nada ya para reunirse con algún delfín.

Me afirmo en la rueda del timón, cazo las escotas para ceñir al encuentro del viento que viene rizando el agua unos cables más allá.

Desde adentro de la cabina, interminable, Aute sigue queriéndome con alevosía.

Cada tanto, alguna ola rompe suavemente en el cockpit desparramando noctilucas sobre mis pies descalzos y me trae recuerdos del delfín …

Todavía estoy en Samborombón.

Adelante, me espera la protección del Río, la ola corta y desconforme, las luces, la costa, el calor.

Y la triste certeza de que, a partir de hoy, él me pertenece por toda la eternidad.

 

Dicen que lo vieron por Valparaíso.

Dicen que está internado en un loquero de Trinidad.

Dicen que volvió al Río pero que ya no navega más.

Que murió de pulmonía en Fernando Noronho. Y de sida en un hospicio de Senegal.

Dicen que en noches de luna se ven dos delfines en Samborombón.

Yo sé que mi vida no es la misma desde que no está.


1 comentario:

Marcel dijo...

Excelente!!! Cuando se juntan la inspiración y el talento con el conocimiento del medio salen perlas como esta, que es un placer leer