La primera vez que fui a Mar del Plata por el agua fue en una lancha off shore. Una experiencia extraordinaria que deseo tanto a humeantes como a traperos. No conocía entonces el arte de navegar, sólo el placer de hacerlo. Mi función en la lancha era sólo disfrutar. La Giulietta era una Mediterranean de 40 pies, andariega y audaz, que me había hospedado reiteradamente en cruceros a Colonia y a Martín García y esta vez me llevaba rugiendo y cortando olas hacia el sur en mi primera navegación realmente marítima. Hicimos dos etapas, la primera hasta San Clemente, en alrededor de tres horas y media, donde hicimos noche y cenamos la corvina negra más grande y más rica de la que mis sentidos tienen memoria. La segunda etapa fue hasta Mar del Plata, adonde llegamos en otras 3 horas y media (todos los datos deberán ser tomados con pinzas porque han pasado más de diez años y recuerdo mejor el sabor de la corvina que los tiempos exactos de navegación). Cerca de Mar del Plata nos encontramos con Pedro, solitario en su velero, que estaba encalmado desde hacía doce horas y no podía entrar. Le acercamos un bidoncito de nafta que llevaba la gasolera Giulietta a la sazón, y así pudo llenar su fuera de borda y finalmente entrar a Mar del Plata a motor. En el puerto de Mar del Plata, amarramos en una marina y el primer marplatense que nos vino a recibir fue Tito Rozán, capitán del Cartagena, que me secuestró literalmente de las tareas marineras viendo mi evidente inutilidad para hacerlas, y me agasajó en su Dorado con rabas a la romana y vino blanco.
La segunda vez que entré a Mar del Plata por entre las escolleras del puerto, fue en un velero de acero de 35 pies. Seguía todavía sin conocer el arte pero continuaba disfrutando los placeres de la navegación. Mi función en el Anita C ya no era sólo disfrutar. Tenía asignada la delicada misión de musicalizar el transcurrir de las millas y tenía destinada la fabulosa visión de las noctilucas y los delfines. Tardamos no sé cuánto en llegar porque el calmón hizo nido en la bahía y el fuera de borda de 3 ó 4 caballos apenas se las arreglaba para hacer avanzar la mole de metal. El asombro y la fascinación de esta navegación fuera de la vista de la costa en noches de fosforescencias y rumores de sal me acompaña desde hace diez años y me hace desear recrearla una vez y otra vez y otra vez más. En el puerto de Mar del Plata, nos esperaba Tito Rozán.
La tercera vez que Mar del Plata me vio llegar surcando sus aguas fue este verano cuando cumplí mi sueño de llevar a su puerto a mi velero Alcyon. Fui en regata, la Buenos Aires-Mar del Plata, que se corre en dobles, así que mi función en el barco fue total. Como total fue el placer de navegar. No voy a repetir aquí el relato de esta regata (http://recaladanautica.blogspot.com/2009/04/regata-bsas-mdp.html), sólo diré que llevaré por siempre esa luna recostada en mi hombro y resonando en mis oídos el rumor de la espuma salada encendida de noctilucas. Ya en el puerto de Mar del Plata, me esperaba Tito Rozán para dar una vuelta por afuera de las escolleras en el Cartagena.
El Lainakea es un ketch de 44 pies de acero de noble origen y fina estampa. Bajo el mando sereno pero firme de su capitán Jorge Gonzalez y tripulado por Gustavo del Destino, Fabio del Don Franco y esta soñadora del Alcyon, el Lainakea fue el protagonista indiscutido de mi cuarta travesía a Mar del Plata. Este intervalo que me alejó por unos días de mi trabajo, de mi rutina, de mi stress. Este intervalo que me llevó una vez más a atravesar la bahía iluminada sólo por las noctilucas en noches sin luna. Este intervalo en el que acudí nuevamente al inevitable llamado del mar. Porque el Beto Cella tuvo razón: una vez que se navega en aguas saladas ya no se puede evitar volver. La espuma y el sonido sibilante del agua contra las amuras es adictivo e invasor, se mete en las pupilas, en los oídos, en la garganta y en los sueños. Es un anhelo, casi una angustia. Y un temor.
Esperamos una ventana de tiempo que nos permitiera navegar sin vientos fuertes de nariz, entre frente y frente, y salimos el lunes tempranito fallando por culpa de la bajante dos intentos de pasar los 2,10m de calado por el ex canal costanero y dando finalmente la vuelta por el delta para salir por el Mitre. La navegación fue serena en todo momento. Mucha calma obligó a ir a motor durante una singladura. Pero ya doblando la Punta Rasa, una hermosa brisa del Sudeste nos acompañó llevando al Lainakea con todo su velamen desplegado, de un solo borde hasta destino. La siesta del miércoles nos vio entrar a vela al puerto de Mar del Plata, dejando lejos a babor la escollera Sur y pegándonos a la Norte para evitar el banco, en una impecable maniobra del capitán. El YCA en cortesía nos recibió en su marina con su habitual hospitalidad.
La nave va sola con el piloto automático. Perfectamente equilibrada. Elegantemente serena. Como una reina. Como una diosa del mar.
Es un placer navegarla. Es una seguridad tripularla. Es una comodidad habitarla.
La tripulación fue un excelente encuentro entre tres desconocidos solamente vinculados por Jorge, funcionando como compañeros de siempre porque tenemos algo esencial en común: navegar.
La gastronomía tuvo un lugar principal en esta travesía. Al capitán González le encanta cocinar! Comimos como príncipes en un banquete real.
Y la risa fue el invitado de honor. El frondoso anecdotario de disparates que desgranaron por turno Jorge y Fabio pobló de carcajadas el silencio de las singladuras y creó un clima de camaradería y distensión.
Ya en Mar del Plata, lluvia y frío. Música y charla. Algunos vinos. La visita a Clara que nos mostró en imágenes la impresionante historia marina del Lainakea. Y los mates abordo con el infaltable Tito Rozán.
10 comentarios:
Felicitaciones por la nueva singladura!!
Si hubo mate y risas no se puede pedir mas!!
Tal cual Horacio! No pedimos más!
El Lainakea no era propiedad de un matrimonio joven con una hijita?
El también se llamaba Jorge, creo.
Sí, Chicho, el Lainakea era de Jorge y Clara Wodzak, matrimonio que tiene dos hijos, un muchachito que creció en el barco, y una pequeña.
Muy buen relato, como siempre.
Me parece que el Lainakea estaba en la expo de Puerto Madero 2010.
Hermoso barco!! Lo estuve recorriendo.
Saludos Alicia y gracias por los relatos, son un placer leerlos.
Gabriel.
Gracias Gabriel. El Lainakea es una belleza. Navegarlo es tan placentero como conté. No exageré ni un poquito!
Un cariño
Alita
Te felicito por el barco y me gustaria que me dijeras de quien es diseño si sabes. Desde ya muchas gracias
Juan Manuel, transmití tu comentario a Jorge, que es quien tiene los datos del barco como para informarte. En breve te va a responder.
Saludos
Alita
El diseño y armado corresponden al Sr. Pichin Broeders de Quilmes.
Gracias por la info!
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