DONDE ESTA?

BUSCANDO AL FOURNIER III


CUANDO BUSCABAMOS AL “FOURNIER”

Folletín Náutico en Cinco Entregas

Por el Capitán de Navío Juan Carlos Sidders


TERCERA ENTREGA

La búsqueda

Desperté a las 3 y media de la madrugada para tomar la guardia. Pese al viento que sacudía al barco, estremeciendo los mamparos de mi camarote, había dormido profundamente. El aire helado del ambiente, y la vista de la escarcha que brillaba en la superficie interna de la puerta, hacía aún más difícil abandonar la tibieza de las mantas; pero sobre mi cabeza podía oír los pasos de quienes trataban de entrar en calor mientras, extenuados, esperaban el relevo, al que dejarían preparado café recién hecho. Abrí la canilla para lavarme pero el clásico soplido dijo que no había agua; me vestí, prendí un cigarrillo para quitar el mal gusto de mi boca, y salí a cubierta tras vencer con el hombro la fuerza del viento que impedía abrir la puerta: sobre el fondo de la noche negra, grandes copos de nieve arrastrados por el viento se aplastaban silenciosamente sobre el espeso manto blanco que lo cubría todo. Hacía frío; ese día la máxima no pasaría de los cinco grados, y la humedad del traje de cuero y las botas que acababa de volver a vestir resultaba desagradable. A las siete de la mañana zarpamos. Ese sería nuestro primer día de búsqueda en la zona.

Hacía un frío intenso. El barómetro, que desde la salida de Puerto Belgrano estaba descendiendo, pareció detenerse, pero el temporal del WSW continuaba. Recorrimos el Canal y pasamos frente a Punta Arenas y cabo San Isidro. Aunque la visibilidad no era buena, pensábamos que no impediría que encontráramos el “FOURNIER” en algún fondeadero, quizás averiado y sin energía para comunicarse.

Durante la mañana avistamos dos aviones en vuelo rasante que, tras reconocernos, desaparecieron entre las nubes: no éramos el barco buscado sino su gemelo; también tuvimos la efímera emoción de avistar una vela, pero solo era una embarcación lugareña.

Seguimos avanzando con un fuerte mar de fondo. La luz fría y desvalida iba decreciendo y, esporádicamente, entre jirones de nubes rápidas y negras, podíamos ver que los altos árboles de la orilla eran reemplazados por las sombras fantasmales y húmedas de la costa acantilada; nos aproximábamos al cabo Froward.

Pasado el mediodía, el temporal rotó al SSW aumentando su furia, acompañada ahora por chubascos de nieve, entre los que de pronto apareció un avión que, al vernos, regresó haciéndonos señales; por un instante creímos que habría encontrado algo, pero poco duró nuestra alegría y sin duda también la suya ya que, al identificarnos, desapareció.

La nieve, cada vez más espesa, ya no permitía ver cosa alguna. Debíamos fondear, pero en esas tremendas profundidades no había tenedero: era necesario llegar a Puerto Sholl, cruzando la estrecha boca del canal Magdalena y las rocas y escollos sembrados en la boca del surgidero. No había elección posible: guiados por el pequeño radar y luchando con la onda que dificultaba el gobierno del buque, logramos fondear en 20 brazas de profundidad para pasar la noche.



Singladura 7. Octubre 1

Durante la noche nevó con viento suave y así continuaba a las tres y media, cuando me levanté.

Al aclarar pudimos por fin ver dónde estábamos y por dónde habíamos pasado. Aquella desolación imponente y angustiosa sugería un cataclismo del que solo quedasen algunos fragmentos caprichosamente esparcidos. Aquí, siniestras siluetas de roca, negras y relucientes de humedad, emergían al compás de las ondas como afilados colmillos del abismo hambriento babeando espuma en su incesante movimiento; más allá, destrozadas moles de piedra, contorsionadas y alucinantes, parecían lanzar al cielo un alarido gesticulante y final subrayado por el tremendo silencio del lugar. Era como si el Génesis se hubiese interrumpido y la colosal sinfonía solo perdurase el pianíssimo de la nevada, creando la expectativa de los atronadores timbales con que, en cualquier momento, aquel absurdo adoptaría su forma definitiva (poco tiempo después, esta sugestión del paisaje tendría su confirmación en un violento terremoto que conmovió el lugar).

Zarpamos a las siete para circunnavegar Isla Dawson, algo así como una península fisurada y separada de la Tierra del Fuego por los glaciares. Debíamos navegar a máxima velocidad en aguas peligrosas, mal relevadas y poco conocidas, con mal tiempo y baja visibilidad; era un riesgo aceptado y todas las providencias a nuestro alcance, aún las de carácter individual, para caso de supervivencia, estaban tomadas.

Cruzamos el Magdalena y pasando entre las puntas Cono y Ansiosa, entramos al canal Gabriel; continuaba nevando y, bajo la infinita tristeza de aquella luz, el lugar resultaba verdaderamente siniestro.

El Gabriel es una profunda brecha que tajea y cruza la montaña entre paredones coronados por los hielos del glaciar. La visibilidad era mala, los chubascos de nieve se alternaban con los de agua pero, pese a ello, tuvimos la seguridad de que allí no podía haber otro buque y tampoco podía haberlo en su prolongación que es el canal Cascada.

La zona de probable encuentro se iba reduciendo: el “FOURNIER” pronto aparecería. Entramos al Whiteside, donde soplaba un viento fuerte y creciente que pronto alcanzó la intensidad de “temporal muy fuerte” del WSW y limpió las nubes bajas, permitiéndonos una mejor visibilidad; allí tampoco había buque alguno. Recorrimos el Boquerón y, una vez más, la costa occidental de Dawson, pero todo fue inútil: el “FOURNIER” no estaba; fondeamos en puerto Hambre y aquel segundo día de búsqueda terminó.

Singladura 8. Octubre 2

Pese al reparo de la costa, el viento muy fuerte del WSW siguió soplando toda la noche, mientras el barómetro bajaba. El buque se estremecía y pocos hablaban; las largas horas bajo la lluvia y la nieve, el suspenso de la búsqueda, la comida olvidada y la triste realidad que se hacía evidente, helaban el alma y cada uno ocultaba lo que ya todos temíamos. Allí, en puerto Hambre, nos reunimos con el “LAUTARO”, el “SANAVIRÓN” y el “BAHIA BLANCA”, el que atracó durante la noche a nuestro costado para darnos agua.

Pasado el mediodía zarpamos para explorar una vez más la costa occidental de Dawson, navegando a unos dos mil metros de ella: lo que buscábamos ya no era un buque sino sobrevivientes o restos del naufragio. Sin embargo, el mal tiempo nos aguardaba como queriendo asegurar su presa; el viento rotó al Sur y pronto estuvimos envueltos en un muy fuerte temporal, entre densas nubes negras que traían la obscuridad. Continuamos en dirección al canal Magdalena aproximándonos a la sombra borrosa del cabo Froward cuando de pronto, al perder su reparo, nos encontramos en plena tempestad: el viento enfurecido, entubado en el canal desde el Oeste, nos tomó de costado dándole al buque una peligrosa escora acentuada por las grandes olas de corto período que llegaban una tras otra sin permitirle reaccionar. Las aguas restringidas y el dificultoso gobierno limitaban la maniobra, pero bordejeando como pudimos, logramos cruzar y ganar el reparo de la isla Aracena, fondeando en bahía Sholl. Eran las ocho de la noche.

Jamás podré olvidar aquel tremendo escenario crepuscular, desolado y sacudido por la furia del mar, cuya grandiosidad y tristeza despertaban una angustia profunda imposible de explicar. Su contemplación y la experiencia que acabábamos de vivir, nos hicieron presentir lo que podía haberle ocurrido al “FOURNIER”.

Singladura 9. Octubre 3

Al amanecer se mantenía el tiempo sucio y lluvioso, pero el barómetro subía lentamente; el viento había amainado y había mejorado la visibilidad.

Nos dirigimos a Punta Cono. Este lugar, quizás por la circunstancia en que lo habíamos conocido, constituía para todos una especie de obsesión. Sin embargo, existía allí una vivienda primitiva que, atentamente observada en nuestras anteriores pasadas, no había dado señal alguna. Esta vez, desembarcaríamos.

Lentamente nos acercábamos dando amplios rolidos, movidos por la onda pesada y profunda que rompía en las rocas de la costa, cuando de pronto, entre piedras negras y brillantes, surgió una canoa que se aproximaba haciendo señas: la tripulaban sólo mujeres que con arisca timidez nos indujeron a seguirlas.

Arriamos el bote a remo y desembarcamos. En la primitiva vivienda, rodeados de chicos y perros, algunos hombres reticentes observaban nuestra llegada. Por fin, vencida su desconfianza, nos guiaron hasta un lugar donde, prolijamente reunidas, brillando húmedas bajo la fría luz de la mañana, descansaban las evidencias de lo sucedido: el mástil roto, un bote con sus regalas arrancadas a la altura de las trincas… Y un salvavidas quebrado con la temida inscripción “ARA FOURNIER”.

En otro lugar cercano, protegido por pieles y rocas que las sujetaban, estaba el cuerpo del primer náufrago que encontramos. La soledad, el silencio y la grandiosidad del lugar parecían más tremendas que nunca. Le tomé las impresiones digitales como pude y, recogiendo el salvavidas, regresamos. Sin duda nuestros rostros mostraban la emoción reprimida pues, al acercarnos con el bote, los del buque nos recibieron con ese trato casi tierno que se reserva a los heridos. “Hijo ¿qué ha sucedido?”, preguntó el Comandante, y tras recibir mi informe, dispuso que bajásemos a calentarnos mientras los demás se hacían cargo de la maniobra.



A las once y cuarto se arrió la lancha a motor y, con ella y el bote de remos, apoyados por el buque, se recorrieron palmo a palmo varias millas de costa, pero fue en vano. A la tarde, la lancha entregó al “SANAVIRÓN” los restos encontrados para llevarlos a Punta Arenas.

El cielo gris, el mar calmo y el viento ausente, parecían respetar nuestro estado de ánimo. Cerca de medianoche fondeamos en Sholl, donde también estaban el “LAUTARO” y el “BAHÍA BLANCA”.

El día siguiente, 4 de octubre, exploramos Bahía Filton, distante unas 60 millas de Sholl. El barómetro subió un poco más y el tiempo se mantuvo nublado pero calmo.

Cruzamos una vez más el Magdalena, el Gabriel y el Cascada, bajo los empinados hielos de la costa sur. En el trayecto una última esperanza efímera nos conmovió por unos instantes: atraída por las largas pitadas con que tratábamos de llamar la atención e infundir aliento a los posibles sobrevivientes, apareció una vela; pronto comprendimos que solo era una pequeña embarcación lugareña que se aproximaba en busca de noticias y los pobladores que la tripulaban nos dijeron que jamás habían visto un temporal tan terrible y persistente como el del 21 de septiembre.

Bahía Filton era una especie de profundo saco en cuyo fondo flotaban los hielos, pero parte de su costa estaba cubierta de bosques. Era una zona sin relevar; en la carta no existían sondajes y las orillas solo aparecían punteadas. Pese al riesgo, entramos; el temporal del oeste podía haber arrastrado hasta allí alguna balsa y era necesario revisar.

La búsqueda no dio resultado, pero en el camino de regreso a Sholl, aproximadamente a las 9 de la noche, nos cruzamos con el “BAHÍA BLANCA” y poco después con una de sus lanchas, que informó haber hallado otro cadáver, esta vez en Punta Ansiosa, frente a Punta Cono, en la boca del Gabriel.

Esa noche fondeamos en Sholl, donde nos reunimos con la “HÉRCULES”.

.... CONTINÚA


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